Capsulas de Carreño

Argentina: La tropa de Messi no se esconde (Cristian Grosso, canchallena)

Cristian GrossoPor Cristian Grosso,
La Nación.com.ar


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 «Siempre voy a estar donde la selección me necesite”; Messi.
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Pablo Cavallero esperaba en el aeropuerto de Santiago de Compostela el vuelo a Madrid, para luego conectar con Buenos Aires. Bielsa lo había citado para la primera fecha de las eliminatorias rumbo a Alemania 2006. Lo acompañaban sus compañeros de Celta, que iban a tomar otro avión porque la Liga incluía una fecha entresemana, y no entendían nada. El arquero les explicaba que se trataba del debut en una competencia que se extendería dos años y que probablemente el equipo fuese silbado por el público, aún indignado por el fracaso en Japón 2002. «¿A qué vas entonces?», lo enjuiciaron con burla. Cavallero aceptó que nunca lo comprenderían. La Argentina igualó 2-2, se fue abucheada y al arquero se lo culpó del último gol de Chile. Cavallero siguió yendo a la selección mientras lo convocaron.

El orgullo espera, da revancha. Hay que llegar a la desazón para que el sentimiento se potencie. Será por tantos tropiezos que se obstinan en jugar por la selección. Saben que los volverán a descalificar a la vuelta de cualquier derrota, que seguirán bajo sospecha, pero no se perdonarían el delito de deserción. Incluso ahora, cuando el cachetazo en la Copa América podría aconsejar un descanso reparador. Ni siquiera revolotea un desafío con el magnetismo de un Mundial o al menos una Copa América. Pero igual están, cuando a varios la lógica patronal les agradecería cuidar su lugar, cerquita del club que les paga. Para ellos la albiceleste se volvió una referencia colectiva de identidad. Más para ellos que para los hinchas, de dudosa pertenencia resultadista.

Cuando regresó de Atenas 2004, con la medalla dorada, Robert Ayala fue operado de la rodilla y estuvo cinco meses sin jugar; su dueño, Valencia, estalló. Antes de la cita olímpica, Heinze fue contratado por Manchester United, y el DT Alex Ferguson lo intimó a que eligiera, pero advirtiéndole que si se marchaba quedaría muy relegado. El Gringo se fue y le llevó media temporada recomponer la relación con sir Alex. Sorin no renovó con PSG porque el DT Vahid Halilhodzic le exigió que renunciara a la selección. Demichelis alertó públicamente que estaba dispuesto a escaparse de Bayern Munich si le impedían responder a una convocatoria y comenzó a despedirse de la Bundesliga porque lo crucificaron desde el DT Hitzfeld hasta el gerente Rummenigge.

Claro que vestirse de celeste y blanco encierra algo de desamparo. Ellos lo aceptan y eligen exponerse. Y si alguien de esta selección se aparta de esa idea, coqueteará con el destierro. Ahí el poder lo tiene el grupo. Simular lesiones o acordar un bonus con el club a cambio de un límite de cesiones es firmar la deportación. Tévez lo entendió: «No voy a cometer el mismo error que ya cometí de chico. Vamos a dar el ejemplo». Demichelis definió la frontera: «Este grupo va a seguir dando la cara y peleando».

Y Mascherano subrayó el espíritu que impone el capitán: «Hay que darle valor al hecho de que Leo siga viniendo, no se esconde». Messi habla poco, pero no se corre un milímetro de lo que anuncia: «Siempre voy a estar donde la selección me necesite. Me preguntan por qué no se me pegó el acento español. Es simple: no quiero que se me pegue ni perder nada que me identifique con mi país», advirtió un día. Y jamás se traicionó.

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