Capsulas de Carreño

El recibimiento a la Selección Colombia. Por Martín Lleras.

Por Martín Lleras, hablaelbalon.com

* Se fue el Mundial y hay mucho que agradecer, nada que celebrar.

Es lindo lo que genera la Selección. Un símbolo de optimismo para un país en el que la esperanza no crece en los árboles. Por eso algo de poético sí hay en el recibimiento que se le hizo al equipo, la calle de honor, el estadio lleno, ríos de gente persiguiendo un bus de vidrios polarizados que no dejaban ver más que unas sombras borrosas que se parecían a los futbolistas de Colombia. Para Mateus —que con seguridad todavía tiene arrancones de llanto en la ducha cuando recuerda que se comió el penal— y para el resto también debió ser sorprendente ver gente tan feliz, tan animada. Tan orgullosa. Formas distintas de interpretar un mismo evento, pues en la cara de los futbolistas y del entrenador se leía la resaca que deja el fracaso. No mucho más.

Está bueno el recibimiento, para agradecerle a los jugadores por las alegrías, para hacer felices a los niños; además, muchos patrocinadores habrán pagado —y una suma no menor— por todo eso. Así funciona este fútbol moderno. Intriga un poco, eso sí, la cantidad monstruosa de gente que puede dedicarle toda una tarde (o más, hubo quien llegó al Campín a las 5:00 a.m.) de jueves a una causa tan noble. Pero eso es harina de otro costal y más allá de eso, me pregunto: ¿qué estamos celebrando?

El fracaso y el éxito son conceptos volátiles. De entrada, si se le compara con Brasil 2014, haber salido en octavos es una involución. Sin embargo, si la moneda hubiera caído del otro lado y los penales nos hubieran puesto en cuartos, la sensación sería otra. Por eso mismo, la valoración más justa debería alejarse del resultado.

Lo preocupante es que desde una perspectiva cualitativa también quedamos en rojo. Lo de Colombia en Rusia fue pobre. Lo de Colombia desde que se acabó el Mundial de Brasil ha sido pobre. En este segundo ciclo de Pékerman, la Selección nunca supo a qué jugaba y la constante fue la incertidumbre. Tres partidos buenos en los que sentimos que Colombia tenía identidad: los dos contra Ecuador en la Eliminatoria y el de Polonia. De resto, vimos planteamientos llenos de parches, un día una cosa, al día siguiente otra. Así llegamos a Rusia y eso fue lo que hicimos en Rusia. El problema no se cocinó allá.

El Mundial pasado lo terminamos confiados. Sabíamos que en cuatro años todo podía ir mejor, que la etapa de maduración estaba por venir y que la curva de crecimiento apenas comenzaba a pronunciarse. En 2018 íbamos a tener un equipo para pensar en grande, para pensar como equipo grande. Nada de eso. La última foto, la eliminación al límite, por penales, contra los fundadores del fútbol, puede ser engañosa.

Hubo infortunios, claro, la lesión de James, la roja de Sánchez, el arbitraje deficiente, pero son factores que juntos no deben ser el dedo que tape el sol. Lo que ocurrió en la cancha fue decepcionante y estuvo muy por debajo de la propuesta colectiva que vimos en Brasil. Cuatro puestas en escena, cuatro planteamientos diferentes. El partido con Japón se escapa de cualquier análisis; Polonia fue una ilusión que se diluyó cuando vimos la disposición del equipo contra los ingleses y los senegaleses; en los últimos dos partidos nos metimos a la cueva y si la quimera estuvo prendida hasta tan tarde fue por el metro noventa y seis que mide Mina. Al minuto 94’ estábamos cobrando el primer tiro de esquina del partido contra Inglaterra.

A Pékerman lo queremos, lo respetamos y sabemos que sin él no estaríamos acá. Colombia entró en la órbita del fútbol mundial gracias a su trabajo juicioso. No obstante, eso no debe impedir que nos aproximemos críticamente a lo que fue su trabajo antes y durante Rusia 2018. Se fue el Mundial y hay mucho que agradecer, nada que celebrar.

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