Capsulas de Carreño

Invertir e invertir. Por Mario F. Castro Fino.

Por Mario F. Castro Fino

*Pasarán dos mundiales más antes de decidir la sede de 2030, pero, desde ya, se comienzan a mover factores políticos…

No cabe duda alguna que la pasión que conlleva el fútbol, es mucho más evidente en Sudamérica que en cualquier otro rincón del planeta. La manera de sentir unos colores y de palpitar con el grito sagrado que genera este deporte, brinda unos ingredientes especiales que adornan el juego y lo convierten en un espectáculo que mueve millones de personas, y de dólares.

Durante la última semana y en vísperas de la fecha bisagra en las eliminatorias para el mundial, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, realizó una visita a la Argentina, donde se reunió con el presidente anfitrión, además de los mandatarios de Uruguay y Paraguay, de cara a la presentación formal de la candidatura conjunta de los tres países para organizar el mundial de fútbol del año 2030. Un evento especial, por tratarse del centenario de la competición que se realizó por primera vez en la república oriental. Una idea gestada en el 2005 por Tabaré Vázquez, presidente uruguayo, y adoptada en los últimos años por sus homólogos, el argentino Mauricio Macri y, el paraguayo, Horacio Cartes.

Sin embargo, convertirse en la sede del evento deportivo más grande del planeta, necesita elementos contundentes que avalen la propuesta. No se puede únicamente pretender ganar una candidatura con la idea romántica de tener nuevamente a Uruguay como sede luego de 100 años. Y es que, bajo esta óptica, las exigencias que la FIFA impone para organizar la copa del mundo, desbordan las capacidades con las que actualmente cuentan los países en América Latina.

De acuerdo a los planes de la FIFA, el mundial del 2030 contará con la participación de 48 seleccionados, lo que implica tener disponibilidad de, mínimo, 12 estadios con capacidad para más de 48.000 espectadores, incluyendo uno de 80.000 que sea sede del partido inaugural y de la final. Adicionalmente, la adecuación en infraestructura hotelera para los cientos de miles de aficionados que llegan de todo el mundo, la inversión en aeropuertos, carreteras y vías de comunicación para la prensa, los complejos deportivos para los participantes y la garantía de seguridad en niveles máximos, entre otros, suponen un reto organizativo gigante y, que si nos remontamos al último mundial en Brasil 2014, representó un problema social de alcance nacional por las protestas en contra de la inversión de 11.000 millones de dólares, la cifra más alta en la historia, para organizar una copa del mundo.

Las voces en contra no se han hecho esperar. Referentes del fútbol de la región, como el ex arquero José Luis Chilavert, han manifestado que les parece un despropósito de su país, vincularse a un proyecto que implica miles de millones de dólares en inversión y que no va a suplir ninguna de las necesidades básicas de la nación. Una posición cercana a la del Instituto Alemán de Investigación Económica de Berlín, que señala que, luego del mundial del 2006, el impacto favorable es nulo para el país, y eso que Alemania, un país desarrollado, potencia mundial y con muchísimas menos necesidades que cubrir, solo invirtió 2.000 millones de dólares. Para la FIFA, por el contrario, se trata de un negocio lucrativo que le genera ganancias por el pago de los derechos de transmisión, las entradas, los patrocinios oficiales, entre otros.

Pasarán dos mundiales más antes de decidir la sede de 2030, pero, desde ya, se comienzan a mover factores políticos que ven en el fútbol un vehículo hacia la popularidad. Como lo dijo Infantino durante la reunión “Se necesita invertir e invertir”, la gran pregunta es: ¿Cuáles son las prioridades para hacerlo?

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