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Andrés Escobar, 29 años después.
- Por Alfredo Carreño
- Actualizado: 4 julio, 2023
Por Rafael Villegas.
Fotos: @eluniversal, @ColombiaInforma.
Florencia invita a soñar. Es una ciudad de museos, iglesias monumentales, calles empedradas de otros siglo con historias propias recorriéndolas; paletas de pintores del renacimiento se acompañan de las voces de poetas que flotan como visiones en la imaginación de quien las recorre en un ambiente dulcificado por el almíbar del arte y el amor…
En el puente Vecchio sobre el río Arno, los gitanos levantan sus toldos vendiendo cualquier baratija a precios de Europa, los turistas deslumbrados por la belleza, no reparan en gastos.
Hasta esa ciudad llegamos en 1993 con la inolvidable Selección Colombia, dirigida por “Pacho” Maturana. Éramos, por aquellos días, ciudadanos del primer mundo del fútbol. Veníamos de hacer una gira por Arabia, invitados por el hijo del rey Fath, un enfermo por el balompié. De las calles misteriosas y agitadas de Jedah y Daharan habíamos pasado a este oasis de cultura y paz italiano.
Allí, en Florencia, tuve mi mejor charla con Andrés Escobar. En un hotel cinco estrellas con adornos de madera que parecían sacados del siglo anterior en medio de la modernidad del fin del siglo XX.
Aquel día lo conocí en su dimensión de ser humano. Como futbolista, ya lo conocía, portando el # 2 de Atlético Nacional como ese zurdo elegante que salía sorpresivamente al ataque y se distinguía por su calidad y estatura; como compañero de viaje, siempre sentado en las sillas de atrás jugando a las cartas con un grupo de amigos como “Chonto” Herrera, Faustino Asprilla, Yimy Arango, Víctor Aristizábal y mi compañero por esos años, Múnera Eastman, ellos eran los habituales tahúres que en cualquier parte estaban juntos divirtiéndose, apostando y burlándose de los perdedores.
En el mundo del fútbol su nombre sonaba por doquier y era el más seguro reemplazante del gran capitán Franco Baressi en el Milán dirigido por Arrigo Sachi, -por aquel entonces el mejor equipo del mundo-.
Andrés era un hombre sencillo en toda la extensión de la palabra. Tranquilo, natural, reposado y sereno, que con su sonrisa de dientes grandes y ojos cerrados hacía desaparecer en un santiamén cualquier resquicio de nerviosismo propio de una competencia.
Conversamos de sus planes, y aunque no confirmaba la información de su traslado a Italia tan pronto terminara el mundial USA 94, sí dejaba ver la ilusión que le producía llegar a la gran “societá” del futbol mundial.
Me habló de la pérdida de su madre doña Beatriz en temprana enfermedad, de su padre don Darío orgulloso de sus hijos, de su hermana Maria Ester que como madre tomó las riendas de la casa, de su hermano “Sachi”, de su novia, de sus amigos, de Nacional, del Calasanz su colegio, de sus recuerdos infantiles de muchacho flacuchento y débil. Todo en medio de nostalgias y sonrisas.
Me contaba cómo había iniciado de centro delantero en el colegio, y un técnico novato, Carlos “Piscis” Restrepo lo puso de zaguero central.
Era la ilusión y la esperanza hechas hombre en este muchacho espigado y fuerte que se había convertido en figura de la Selección desde aquella tarde en Wembley cuando marcó de cabeza el gol del empate 1×1 a Inglaterra, equipo que tenía como arquero al legendario Peter Shilton… Un centro de tiro de esquina que como con la mano lanzó Alexis García convirtiéndose en el pase gol de su primera anotación como profesional; un gol que le recordó a sus padres, sus hermanos, sus maestros, los amigos y esas calles del barrio Calasanz que como banco de pruebas lo convirtieron en el futbolista que siempre soñó.
Lejos estábamos de imaginar que como en la obra de teatro que es la vida, hay dicha y felicidad al igual que tragedia y llanto.
Llegamos triunfadores sin haber ganado a EE. UU. 94; en medio de las cámaras y reflectores, Colombia vivió una aventura cinematográfica en la meca del cine. Éramos favoritos, después del 5-0 a la Argentina y de esa maravillosa gira por Arabia y Europa; 14 partidos invictos derrochando alegría y sembrando por el mundo la semilla del buen fútbol.
La historia ya la conocen, perdimos frente a Rumania, caímos con EE. UU. y solo ganamos al final a Suiza cuando ya no servía.
La tarde que enfrentamos a los gringos, el sol estaba en su máximo esplendor, FIFA hizo jugar al mediodía en medio de un vaho húmedo que se pegaba como segunda piel y que solo invitaba a beber agua, gaseosa, o cerveza, o meterse en una piscina con hielo.
El estadio Rose Bowl de Pasadena estaba lleno de turistas y gringos de sombrero, camisas coloridas y gafas oscuras, quienes en muchos casos no sabían de qué se trataba el juego. Nosotros, periodistas e hinchas colombianos con el corazón en la mano, alimentábamos la esperanza que con un triunfo frente a los “monos del norte” borráramos la amargura que nos propiciaron Hagi y sus amigos de Rumania.
Pasaba el tiempo y lo impensado sucedió: un balonazo largo, intentado cortar el pase a un contrario, Andrés desvió la trayectoria de la pelota y esta, como en cámara lenta ante nuestros ojos, se fue al fondo de las piolas… en el recorrido quedó Óscar Córdoba, nuestro portero, a mitad de camino, con los brazos arriba y cayendo de rodillas como implorando un milagro.
La imagen está intacta en la memoria, Andrés quedó tendido en el piso, las manos tomaban su cara como queriendo despertar de una tenebrosa pesadilla, después se sentó en la gramilla, seguramente preguntándose qué pasó… y repasando en su mente, cuadro a cuadro, su momento más amargo en el fútbol: su primer y único autogol en el fútbol.
Allí, la ilusión del país se quebró en mil añicos, como una pieza de cristal cuando se rompe; en cámara lenta van cayendo esquirlas que brillan reflejando las luces estertóreas del infortunio, sin dejar espacio para nada, solo para el dolor, la impotencia y la rabia. Una jugada fortuita… de esas que tiene el futbol.
Perdimos el juego y la amargura se apoderó de nuestra razón, salíamos como los primeros eliminados en la primera ronda del mundial, con la mejor selección de todos los tiempos.
El mundial terminó para Colombia y Andrés quiso regresar a casa, a pesar de tener la oportunidad de quedarse descansando en EE. UU. Su grado de responsabilidad de hombre bueno lo conminaba a poner la cara frente a la gente que lo quería. Allí, en Medellín, se sentiría tranquilo y en paz.
La mañana de su muerte la noticia se regó como pólvora en las sedes del mundial, nosotros no lo podíamos creer. Recuerdo que mi compañero de cuarto “el paisita” me despertó y me dijo: ¡mataron a Andrés!, me senté al borde de la cama, me tomé la cabeza entre las manos, no lo podía creer. ¿Qué pasó fue lo que pregunté?
Las informaciones que llegaban a través de los noticieros de la TV norteamericana denunciaban que un sicario lo había asesinado gritándole improperios por el autogol, algo sencillamente absurdo en cualquier sociedad, menos en la nuestra: enferma de odio, irrespeto y desapego por la vida.
Llegamos al centro de prensa y una multitud de periodistas nos abordaron para conocer nuestras impresiones de lo que había pasado, sentí dolor de patria, nosotros que teníamos en el fútbol la gran oportunidad de cambiar la imagen mundial de violentos, narcotraficantes y salvajes, le habíamos enrostrado de nuevo al mundo nuestra irracionalidad.
Esa mañana después de que asimilé el golpe, recordé aquella charla en Florencia con él… y el llanto afloró en mis ojos al pensar cómo los sueños se destruyen ante la absurda brutalidad humana. Hace 29 años, Andrés fue asesinado, y todavía hoy, todos los que lo conocimos seguimos extrañándolo.
[@lidervillegas
@colombiasports].
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![ROJA CAÍDA
📸 Daniel Torres enfrenta a Larry Vásquez quien de cabezazo suave convirtió el gol del triunfo, minuto 25. Millonarios asumió en solitario el liderato del Grupo B. Foto @Dimayor.com
DIM (1). Algo pudo hacer Chunga para evitar el gol. La defensa se comportó bien. Faltó creación. Adelante nadie se salvó. Cetré en bajón. Pons controlado por Llinás. León alguna arremetida sin final feliz.
-DIM (2). Empezó bien, no dejando pensar a Millonarios, defensa segura pero allá arriba muy poco por no decir nada. La complementaria fue peor, el rival no sufrió el partido.
-Técnico: «Si algo cambió es que jugamos mal. No estuvimos precisos, no tuvimos la tranquilidad en algunas zonas del partido y todos sabemos que no jugamos el mejor partido», [Alfredo Arias].
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