Capsulas de Carreño

Cali: fracaso de un modelo democrático envejecido.. Por Jorge Eduardo Gutiérrez

Por Jorge Eduardo Gutiérrez

*Cuando un arquero termina siendo la figura del año en un equipo que tiene un técnico amante del orden defensivo, la cosa va mal.
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Murió el Cali en el frente principal llamado Copa Suramericana,  casi sin dar batalla, y está prácticamente muerto en el otro frente que le queda, la Liga local.

Y mientras tanto, su presidente estaba fuera del país, pendiente de participar en la maratón de Nueva York. No se le vió por Cali, ni por las cercanías del estadio en los días en que se jugaba el partido internacional más importante en catorce años, y cuyo resultado probablemente desencadene un episodio más de las conocidas crisis institucionales en la institución verdiblanca.

La hinchada arde de la rabia ante el comportamiento arribista, extremadamente político, impopular y arrogante de su dirigencia en repetidas ocasiones, y por supuesto, por la falta de todo lo que se espera de un equipo de fútbol profesional con una historia como la del Cali: calidad técnica, una idea táctica eficiente, o al menos, amor propio. Y a eso le suma algo más grave aún, el panorama financiero que para el 2019 se ve terriblemente oscuro.

En enero, la idea de traer un técnico práctico y con hoja de vida ganadora como Pelusso fue atractiva para un sector de la hinchada, a pesar de que su título de Suramericana con Santa Fé lo obtuvo en una de las finales más aburridas que se han dado en un torneo de fútbol. Digna cura del insomnio. Esto trazó una línea divisoria entre la hinchada, que ahora enfrentaría a los puristas  amantes del viejo fútbol lírico verdiblanco, con los prácticos, deseosos de ver a un equipo que levante más de un título cada diez años. Confieso que estaba entre los segundos.

Tras los fracasos del Pecoso en la Libertadores 2016, y luego con los inexpertos Mario Yepes y Héctor Cárdenas, el proyecto con un técnico uruguayo ganador de varios títulos sonaba casi como una solución lógica a un problema crónico del equipo, la defensa. Mejorando en este aspecto el equipo podría encontrar el balance que tiene perdido desde hace varios torneos, pues el talento de la mitad para adelante en general siempre ha existido.

El experimento con Pelusso sólo tuvo un pico de rendimiento y consistencia al que nunca pudo regresar. Todo fué un espejismo y se produjo entre marzo y abril de este año cuando el equipo aparentemente iba a entrar en modo uruguayo, sólido en defensa y letal en el ataque, práctico, intenso y casi nunca lujoso. Si el fin justificaba los medios para lograr puntos y victorias al estilo de don Gerardo, ese era el Cali que debíamos estar viendo hoy.  Fueron cinco partidos al hilo en que el equipo consiguió victorias ante Leones, Tolima, Santa Fé, y Patriotas por torneo local, y Danubio por copa Suramericana. Doce goles a favor y sólo dos en contra en ese pequeño lapso.

Dicho espejismo terminó casi de la misma forma en que murió el sueño de copa internacional frente a Santa Fé.   El sábado 14 de abril el equipo salió a buscar la sexta victoria en línea, sin embargo, saltó a la cancha más que dormido frente a un rival de patio en problemas, y que antes del minuto dos ya estaba celebrando el primer gol, y antes del minuto veinte ya cantaba el segundo. Quizás era un anticipo de lo que sería un problema mental que nunca supo superar el resto del año: voltear un marcador en contra.

Meses después repetiría dolorosamente la historia jugando casi como amateurs en la vuelta de cuartos de final de Suramericana y ante una hinchada a la que siempre le piden apoyo y que respondió, pero a la que dejaron frustrada y desgastada en discusiones de tribuna y peleas virtuales de redes sociales, y que hasta se refugia en un consuelo lejano viendo a Rafael Santos Borré romperla en River, porque es canterano.

Podemos especular sobre las razones para que el rendimiento de esa buena versión de cinco partidos y su idea de juego no se mantuviera durante el año: la lesión de Didier Delgado; el bajo nivel de Jhon Mosquera, en quien Pelusso basó su juego, pero que hoy es uno de los más resistidos; el pésimo año de Nicolás Benedetti, en modo poeta depresivo; la soledad del Pepe Sand en el ataque; la fragilidad de Kevin Balanta, siempre propenso a lesiones; la terquedad de Pelusso y la ausencia de imaginación y variantes para hacer funcionar el equipo de una manera algo diferente a su estilo.  Hay muchas más razones posibles, pero sobresale un problema del que todos han hablado en alguna forma: los centrales.

La fortaleza defensiva también requiere talento y es lo que desafortunadamente no se encuentra en los centrales del equipo. Ni Palomeque, ni Rosero ni Quintero son mariscales de área que brinden seguridad. El Santa Fe campeón de Suramericana con Pelusso,  contaba con un Yerry Mina menos experimentado pero con mucho potencial. Hoy está en la Premier League y fue figura de un mundial, y quizás injustamente no le dieron un lugar en el Barcelona de Messi. Junto al gigante de Guachené, estaba Francisco Meza, un central que hoy es menos mediático que Yerry, pero que logró su mejor nivel precisamente con el DT uruguayo, logrando cinco títulos con los cardenales.

En cambio, Juan Sebastián Quintero se devolvió de la segunda división de España, y más que evolucionar parece estar estancado. Palomeque es un manojo de nervios y limitaciones técnicas y Rosero es muy irregular. En el resto de la defensa, Darwin Andrade en general cumple, y Daniel Giraldo fué un lateral improvisado hasta que llegó Juan Camilo Angulo, que es un jugador interesante.

Pero si un equipo quiere fundamentar su juego en la defensa obligatoriamente debe tener centrales que sean capaces de sacar limpiamente un equipo, y apagar incendios cuando sea necesario,  no generarlos o propagarlos. El único que parecía dar esperanzas era Jhon Lucumí, pero el modelo de supervivencia basado en vender canteranos aún inmaduros obligó a salir de él incluso con novela incluída, pues el mismo Lucumí sentía que no estaba listo para Europa.

Al problema de los centrales se sumó una epidemia de imprecisión exasperante para entregar o controlar un balón, cosa impresentable en unos tipos que cuentan con una de las mejores sedes deportivas y el único estadio privado del país,  y a los que les pagan no propiamente poco para que lo hagan bien. Quizás sean los efectos colaterales de intentar jugar un fútbol que en general no va con el estilo tradicional del equipo. De esta infección de mediocridad técnica se salvan muy pocos.

Macnelly es diferente y no ha tenido el tiempo necesario para influir positivamente. Benedetti alguna vez fué diferente técnicamente pero su cabeza está en otro lado.  Sobre Carbonero es hasta injusto hablar tras el gran esfuerzo que ha realizado por volver al nivel competitivo. El Pepe Sand siempre dió una lección diferente sobre la entrega y el profesionalismo. Camilo Vargas es el único que sobresale más que positivamente, pero cuando un arquero termina siendo la figura del año en un equipo que tiene un técnico amante del orden defensivo, la cosa va mal.

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