Capsulas de Carreño

De Perú a Santa Fe. Por Esteban Jaramillo Osorio

 
Por Esteban Jaramillo Osorio

*Emparentados por el destino, que premia  paciencia, tolerancia y su capacidad para la reinvención.
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Se explaya Perú en su felicidad. Vuelve al mundial. Su fútbol siempre fue arte y  juego, con un estilo mas Brasileño que Argentino. Muchas de sus estrellas pasaron por Colombia, dejando huella imperecedera.

La desgracia le acompañó en los últimos siete lustros, como consecuencia de la perdida trágica de una generación brillante de futbolistas, de Alianza Lima, desaparecida en 1987, en un lamentable accidente aéreo en las puertas de la capital peruana, la que tardaron décadas en relevar.

Por ello perdió el rumbo año tras año, torneo tras torneo. Siempre el acecho de la derrota fue mas fuerte que sus propósitos de triunfo. Aporte significativo para la postración  fue la corrupción de sus dirigentes, hoy en el ojo crítico, con activos procesos penales.

En el mosaico de rostros del miércoles en la noche, en el Nacional de Lima, la alegría contagiosa y festiva, celebraba sin límites el regreso a la élite del fútbol mundial que tanto le extrañaba.

No se porque razón especial evoqué a Santa Fe. Perú 36 años sin ir al mundial. Santa Fe, 37 sin títulos. Los capítulos competitivos, de uno y otro, durante años fueron novelas de terror, para el deleite de los hinchas rivales y de periodistas apasionados y provocadores que se regodeaban  en el desastre ajeno. Gareca , su técnico, pasó con pena por el club bogotano, cuando los dirigentes confundían lealtad, calidad y conocimientos.

Fueron años y años de posturas moldeadas entre angustias y necesidades, de espaldas de los resultados. La derrota siempre acosaba con la indignación del pueblo sufrido que ametrallaba con criticas.

Perú esta vez comprometió un país y un continente y ganó. Su clasificación la celebran todos. Como lo hizo Santa Fe, cuando las caras enrojecidas de los hinchas, daban crédito al milagro del regreso, en medio del ensordecedor ruido de la celebración. Algo va de Perú a Santa Fe, emparentados por el destino, que premia  paciencia, tolerancia y su capacidad para la reinvención.

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