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Foto: Kirill Kudryavtsev / AFP, tomada de Tiempo Argentino.

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Por Andrés Burgo
@Andres_Burgo
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El fútbol necesita de los rivales como el deporte solo existe a partir de las motivaciones, ya sean naturales o forzadas, interiores o exteriores, a veces por dinero y otras por puro amateurismo, también desde el amor a los propios o solo desde el enojo hacia los otros. Y el fútbol argentino es especialista en ese sentido: tiene una larga historia en fabricar a esos enemigos, reales o ficticios, no sólo en estas horas en Qatar 2022, a imagen y semejanza de una de las grandes frases de Diego Maradona: “La bronca es mi combustible”.

Forma parte del hambre y la voracidad del deportista argentino en el que a los rivales hay que ganarles y volver a ganarles y, a veces, dedicarles o enrostrarles ese triunfo, incluso –también en ocasiones- sobrepasando el límite de lo ofensivo, como si tuviesen que pagar el tupé de intentar interrumpir el paso de la manada celeste y blanca.

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Ese gen competitivo, que llega adonde la táctica no se anima ni a mirar, es a la vez indivisible: forma parte del combo. Ya lo escribió Tennessee Williams: «Mata a mis demonios, y mis ángeles morirán también”. Cuando no sobrevive para jugar, Argentina juega para sobrevivir.

Que Lionel Messi y Emiliano Martínez apuntaran con una ametralladora de juegos en línea a todos los que no vistieran de celeste y blanco tras el partido ante Países Bajos -sean la FIFA, el árbitro español Antonio Mateu Lahoz, unas declaraciones previas del entrenador Louis Van Gaal, su asistente Edgard Davids y el “bobo” de Wout Weghorst-, así como Lionel Scaloni había cuestionado a la prensa en la semana porque “no sé si juegan para Holanda o para Argentina”, y que Claudio Tapia le haya dedicado la clasificación a los cuartos de final “para la alegría de un país entero y para la tristeza de quienes nos dieron por muertos” forma parte, con más o menos matices, de un adn futbolero que incluye a capitanes, técnicos y dirigentes de la selección argentina, actuales y de todos los tiempos.

Una de las teorías de cuando Diego Maradona comenzó a ganar México 86 fue en el momento en que su preparador físico, Fernando Signorini, le leyó pocos días antes del torneo una declaración de los otros candidatos a figuras del Mundial.

“Había leído declaraciones de Michel Platini (Francia), Zico (Brasil) y Karl Heinz Rummenigge (Alemania Federal) y todos decían que preferían el lucimiento de su selección antes que el propio. Ninguno se la jugaba. Una noche entré a la habitación de Maradona y le hablé a Pasculli, que compartía pieza con Diego,  sobre esos dichos: ‘Estos tipos que vinieron para ser figuras del Mundial son una manga de cagones’. Después lo señalé a Diego con la cabeza y agregué: ‘Y el que te dije…’. Picó enseguida. ‘Pero vos qué te creés, ¿que es tan fácil como vos pensás?’, me gritó. Lo miré a los ojos muy tranquilo y le contesté: ‘Claro que es fácil, convencete de una vez por todas que, si te decidís, el Mundial lo ganás vos solo’. Di media vuelta y me fui, mientras escuchaba las puteadas de Diego. Un par de días después, en el desayuno, pasé por la mesa donde estaban los diarios y leí en El Excélsior: “Maradona abre el fuego: seré yo la figura del Mundial”, recordó Signorini.

Ese Mundial también terminaría con Julio Grondona, presidente de la AFA, haciéndole fuck you a los periodistas más afines al menottismo en el palco del estadio Azteca, mientras los jugadores,en el avión de regreso, cantaban «Argentina ya salió campeón, Argentina ya salió campeón, se lo dedicamo’ a todos la reputa madre que lo re parió». Otra vez: la bronca como combustible deportivo.

Ya en Italia 90, el mismo Bilardo inventó enemigos cuando, horas antes de la final contra Alemania Federal, mandó a romper una bandera argentina que colgaba del mástil de la concentración de la selección en Roma. Les dijo a los jugadores que los culpables de esa afrenta patriótica habían sido los empleados italianos enojados porque Argentina venía de eliminar a los locales en la semifinal pero, en realidad –se supo varios años después-, había sido el propio Bilardo quien la mandó a sacar del mástil y, tijera en mano, la rompió en soledad. El técnico quería una dosis extra de motivación para la final, así como el Dibu Martínez admitió que le dijo a Messi que Van Gaal había hablado de él como los entrenadores no suelen hacerlo -y que, también, había asegurado que los neerlandeses ganarían en los penales-.

Si Sergio Goycochea, el héroe de Italia 90, dijo “Nos volvimos locos, era el condimento para motivarnos, nos queríamos comer crudos a todos” -y Maradona gritó «hijos de puta» a los italianos que silbaban el himno-, su sucesor en Qatar 22 blanqueó tras el triunfo ante Países Bajos: «Le mostré a mi psicólogo lo que dijo Van Gaal y dije ‘Prendió la dinamita’. Hablaron boludeces antes y eso me dio más fuerza».

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Claro que esa creación de enemigos, reales o ficticios, a veces es contraproducente. La desesperación por ganar, dijo Bilardo en los ’80, llevó a la Argentina a perder muchos partidos con  Brasil. Su antídoto fue, en la Copa América de 1983, la práctica contraria: ponerle música brasileña a los jugadores, enamorarlos de su cultura. Y funcionó: la selección venció a Brasil tras 15 años.

Qué harán Messi y los suyos (o Messi y los nuestros) ante Croacia todavía no se sabe pero, mientras tanto, Messi parece estar en modo Michael Jordan en The Last Dance: se busca rivales o enemigos para enojarse y potenciarse. Más atrás quedó Robert Lewandoski. «
(Fuente: https://www.tiempoar.com.ar/)