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El historiador del fútbol… Guillermo Ruiz Bonilla. q.e.p.d.
- Actualizado: 2 octubre, 2024
POR WILLIAMS VIERA, desde USA.
El hecho de que se publiquen libros de fútbol en el mundo es una clara demostración que existe interés entre la población de a pie de conocer la historia de un deporte con equipos que producen anécdotas por montones como si fuesen fábricas de curiosidades; que han tenido jugadores que con sus actuaciones, destacadas o desabridas, sus nombres quedan grabados en la memoria del corazón que es la más fiel y por eso mantienen viva la llama sagrada de un espectáculo hecho para convocar multitudes; que han contratado técnicos que cuando hablan, sus palabras suenan bien al oído. Entonces se piensa que conocen el olor a vestuario y que manejan algunos códigos futboleros, pero al ver jugar a sus equipos, ¡qué mal lo trasmiten!
Sin embargo, en los libros de fútbol ni se mencionan los directivos que, bien o mal, con aciertos y desaciertos, con voracidad de dinero para su beneficio o sin ella, se olvidan de los referentes del equipo cuando les llega la hora del retiro por no pagarles la seguridad social que les correspondía y que les hace envejecer con más rapidez al tener que pensar, incesantemente, en que se hacen viejos y que tienen que mendigar para sobrevivir luego de colgar los guayos a pesar que eran los que atraían, a las graderías, como imán, a la gente que es capaz de ponerse de pie durante cinco minutos aplaudiendo una atajada o diciéndole al vecino, “¿viste cómo durmió la pelota en el empeine?”… O, “¿viste cómo acierta los pases que mete?”.
Se dice que la historia cuenta lo que sucedió. Y Guillermo Ruiz Bonilla, de Tuluá, Valle del Cauca, de 70 años de edad, graduado en Psicología de la Universidad de la Sabana de Bogotá, casado con Gloria Cecilia Matallana Miranda de la capital colombiana, del barrio Niza Antigua, y con tres hijos, Juan Guillermo-Ángela María-y-Daniel Mauricio, es “un gurú de las estadísticas y de la historia del fútbol colombiano” y lo es, “sin querer queriendo”, como diría El Chapulín Colorado, el de la parodia de los programas de superhéroes.
El calificativo de ‘gurú’ no es gratis porque, desde el momento que empezó a mostrar su trabajo de historiador, Ruiz Bonilla llamó la atención por su tarea de investigación sería y sustentada como lo hacía su padre, Apolinar Ruiz Andrade (q.e.p.d.), en las obligaciones que le asignaban en el Ingenio San Carlos y en los quehaceres de la casa que realizaba su progenitora, Graciela Bonilla de Ruiz, quien en la actualidad tiene 96 años, vive con su hija María Victoria, en Ibagué, Tolima, pero feliz porque “mi gordito desde niño coleccionaba todo tipo de revistas deportivas y con el tiempo se convirtió en un hombre que habla de la historia del fútbol”, me dijo.
Ruiz Andrade era de Candelaria y Graciela Bonilla de Buga. Es decir, los Ruiz Bonilla son vallecaucanos como el sancocho de gallina que se acompaña con tostadas de plátano, arroz blanco, ají picante y aguacate o como el Grupo Niche del maestro Jairo Varela (q.e.p.d.) cuando canta, ‘Cali Ají’, especialmente, en el momento de interpretar el estribillo “¡es cuestión de pandebono!”.
Celebró llorando
No hubo una sola persona, ni pobre ni rica, que no hubiera participado en el hobby del niño Guillermo Ruiz Bonilla para que tuviera las revistas de deportes que circulaban en Tuluá, a mediados de los años 50 de la centuria anterior, cuando todos se conocían al vivir en un poblado pequeño compuesto por unas pocas manzanas en forma octogonal con calles destapadas, muchas atravesadas por acequias descubiertas que surtían de agua los sistemas de excusado y en donde se vertían los desechos, con puentes de calicanto en algunas esquinas para atravesar dichas acequias, pero con lámparas de petróleo que colgaban en algunas esquinas de los lugares centrales de la ciudad.
Guillermo Ruiz Bonilla nació el 15 de noviembre de 1949, pero tuvo dos comportamientos extraños por aquellos días.
“Eran las 5:00 de la tarde tanto el 20 de noviembre como el 4 de diciembre de 1949. En esos dos domingos, Guillermo, mi gordito, lloró como si estuviera celebrando algo”, recordó Graciela Bonilla de Ruiz, años después cuando su hijo le confesó que le gustaban los colores del equipo que vestía de azul y blanco:
“Mamá, soy hincha del equipo azul porque nací en el año en que Millonarios conquistó su primer título en el profesionalismo colombiano”.
Millonarios y Deportivo Cali terminaron, en ese año, luego de 26 jornadas, igualados, cada uno, con 44 puntos. Los dos equipos finalizaron empatados, con 20 triunfos, 4 empates y 2 derrotas. La única diferencia fue el número de goles conquistados. El conjunto embajador convirtió 99 tantos y recibió 35 mientras que el Cali marcó 89 dianas y su arco cayó en 41 ocasiones.
La final del fútbol profesional de 1949 se realizó en dos partidos en las fechas en las que el bebé Guillermo Ruiz Bonilla tuvo un comportamiento extraño con lo que le dio valor a una frase de Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo (q.e.p.d.), cuando decía, “en su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”.
Y desde entonces, Ruiz Bonilla es hincha de Millonarios. En la primera final de 1949, del 20 de noviembre, en Cali, fue victoria para el azul y blanco, 0-1, con gol de Adolfo Pedernera (q.e.p.d.) mientras que el segundo partido se cumplió en Bogotá y el triunfo fue para el conjunto embajador, 3-2, con anotaciones de los argentinos Alfredo Di Stéfano (q.e.p.d.), Pedernera de penalty y del uruguayo Alcides Aguilera (q.e.p.d.) mientras que los tantos del equipo azucarero fueron convertidos por el peruano Valeriano López (q.e.p.d.) y el argentino Manuel Giúdice (q.e.p.d.).
‘No quiero un vago’
Los años transcurrieron y el bebé Guillermo Ruiz Bonilla se volvió niño y en consecuencia tenía que ir a estudiar, pero él había aprendido a leer en las revistas deportivas en vez de la cartilla escolar ‘Alegría de leer’, escrita por Evangelista Quintana en 1930, que en su formato libresco, “fue, antes de las obras de Gabriel García Márquez, el libro colombiano más vendido” de acuerdo con el periodista antioqueño Jorge Orlando Melo, quien es, igualmente, historiador y profesor universitario.
‘Vea deportes’, ‘Afición’ y ‘Esfera Deportiva’ eran las revistas deportivas de aquel entonces y llegaban procedentes de Bogotá a Tuluá. Los trabajadores del Ingenio San Carlos las compraban y las intercambiaban para leerlas, pero en vez de botarlas, se las regalaban al niño Guillermo Ruiz Bonilla que las recibía con una sonrisa que le iluminaba el rostro cachetón.
“En las tardes, en la puerta de la casa, esperaba la persona que me traía el paquete con aquellos tesoros. ¡Mis revistas deportivas!… Los goles del argentino José Vicente Greco o del antioqueño Jaime ‘El Manco’ Gutiérrez con la camiseta del Medellín en 1957; el retiro de Boca Juniors de Cali del campeonato en 1958; la creación del Independiente Nacional el 3 de mayo de 1958 con jugadores de Medellín y Nacional con la dirección técnica de Ricardo ‘Tanque’ Ruiz que se tenían que repartir el recaudo de la taquilla para comer y que tuvieron un debut victorioso, 2-1, ante el Quindío, en Armenia, el 11 de mayo. Aquello fue portada en ‘Vea deportes’, en ‘Afición’ y en ‘Esfera Deportiva’ porque el nuevo equipo era una especie de selección de Antioquia: no contaba con jugadores extranjeros como aconteció con Atlético Nacional, años después, con Francisco Maturana y que lo llevó a la conquista de su primera Copa Libertadores, el 31 de mayo de 1989, ante el Olimpia de Paraguay, en Bogotá”, diría Guillermo Ruiz Bonilla años después.
El asunto es que el personaje de esta crónica iba al colegio San Francisco, en Tuluá, el que está inspirado en los principios y valores católicos, con fundamento en la espiritualidad Franciscana, que forma y educa hombres y mujeres de paz y de bien para que sean constructores de una sociedad más justa y humana.
En ese ambiente se crió Guillermo Ruiz Bonilla que, como todo niño y adolescente, buscaba jugar fútbol inspirado en ‘los héroes que usaban como arma’ un balón, pero su padre, Apolinar Ruiz Andrade, cada vez que lo veía con una revista deportiva, especialmente con El Gráfico de Argentina, en la que escribían, entre otros, Ricardo Lorenzo, conocido como ‘Borocotó’, Félix Daniel Frascara, Oswaldo Ardizzone y Dante Panzeri que consideraba al fútbol como una ‘dinámica de lo impensado’.
“Le compré la cartilla ‘Alegría de leer’ y nunca lo veo aprendiendo, pero en todo momento se mantiene viendo revistas deportivas. Lo que sí le digo es que no quiero vagos en mi casa. Su hermano, Camilo Arturo, en cambio, va a ser presidente de Colombia, él es un verraco”, le decía Ruiz Andrade.
“Entonces, papá, ¿para qué estudio? Él hará todo por mí y diré que el presidente de Colombia es mi hermano”, respondía el niño Ruiz Bonilla. Entonces, abría una revista de El Grafico, una del 12 de junio de 1942, que se la había regalado el administrador del Ingenio San Carlos, cuyo nombre, infortunadamente, nadie recordó, pero que tenía una suscripción de aquel semanario que le llegaba directamente desde Buenos Aires.
“Papá, con las revistas deportivas aprendí a leer. Aquí dice, por ejemplo, ‘Jugó como una máquina el puntero’ y su autor es Borocotó. Él dice que el quinteto de River Plate, integrado por Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y Félix Loustau, fue una máquina para derrotar, 6-2, a Chacarita Juniors”, le dijo el niño Ruiz Bonilla a su padre, quien abrió los ojos como si le fuesen a echar gotas. No podía creer que su hijo, tan pequeño y sin ir al colegio, ya sabía leer. Entonces lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero no le salió ninguna palabra.
Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau ya fallecieron al igual que el periodista Borocotó mientras que Camilo Arturo, hermano de Guillermo, no llegó a ser presidente de Colombia, pero con los años se graduó de ingeniero industrial.
Mamá es mamá
Lo que sí queda claro hasta este momento es que los libros, las revistas y los demás medios de comunicación construyen un vínculo entre “nosotros” y “aquellos” que los producen.
Guillermo Ruiz Bonilla es un ejemplo de lo anterior. Él dejaba de comprar los dulces que le gustaban en la escuela para adquirir los diferentes ejemplares cuando no se las regalaban y en esto lo acolitaba el dueño de un kiosco de revistas que existía cerca de la escuela.
“Niño Guillermo, le tengo guardado un paquete de revistas. Ya sé que el dinero que le dan no le alcanza, pero se las regalo para que las coleccione”, le decía don Manolo, así lo conocían en aquel Tuluá de finales de los años 50 y comienzo de los 60 del siglo pasado.
Y es que Graciela Bonilla de Ruiz, progenitora de Guillermo, le patrocinaba el gusto de su hijo de coleccionar revistas y de recortar las informaciones que salían en las páginas deportivas de los diarios El País, El Tiempo, Relator y El Espectador en aquel entonces.
“Tenga mijo, compre sus revistas”, era la frase de doña Graciela a su hijo Guillermo. Ella tenía la ilusión que él sería periodista o historiador, pero nunca futbolista.
Y razón tuvo.
“La pelota y él nunca pudieron entenderse, simplemente, porque tuvieron un amor incomprendido”, contaría José Poso, tiempo después, antes de quedarse dormido una noche, luego que se enteró que Guillermo, el hijo de Apolinar y Graciela, se había graduado de Psicólogo. Entonces, cerró los ojos, se volteó en la cama, mirando hacia la pared, y en la mañana siguiente no despertó jamás.
Poso era el chofer del bus del Ingenio San Carlos que llevaba, a Tuluá, a los niños al colegio y luego los recogía para el regreso.
La primera vez
Una de las cosas que entendió el niño Guillermo Ruiz Bonilla la primera vez que asistió al estadio fue que el futbolista vallecaucano tiene una particularidad que lo distingue de los demás: es capaz de engordar los ojos del espectador por la habilidad y la forma de transportar el balón, haciendo subyugar y estremecer a los contrarios en el tapete verde debido a la gambeta corta o larga o pegándole de zurda o derecha.
Y justamente, eso lo vivió Ruiz Bonilla, en directo, sin que nadie se lo contara, luego que Nino, un amigo de su padre, quien era poco futbolero, había conseguido el permiso para que él fuera al Pascual Guerrero.
“Durante la semana me porté bien en el colegio, pero los nervios me carcomían por dentro”, contaría Ruiz Bonilla muchos años después.
Aquella ida a la tribuna sur del estadio fue el domingo 27 de enero de 1957. La Selección Valle, dirigida por el húngaro Jorge Orth, y River Plate de Argentina se enfrentaban en un partido amistoso que resultó imborrable.
“Me parecía un sueño. Tenía ocho años de edad, pero ya había leído, entre otros, en un escrito del periodista Armando Bohórquez Penagos (q.e.p.d.), quien trabajaba en el diario Relator, de Ingelman Benítez (q.e.p.d.), conocido como el arquero volador; de Delio ‘Maravilla’ Gamboa (q.e.p.d.), de Marino Klinger (q.e.p.d.) y de Alberto ‘Cóndor’ Valencia (q.e.p.d.), quienes formaban la famosa ‘llave negra’. De ahí, creo, salió el título, a ocho columnas, como se acostumbraba, de la nota previa del partido sin que nadie hubiese protestado por el uso del color de los jugadores referidos: ‘La llave negra’ frente a ‘La Máquina’…”, nos dijo Ruiz Bonilla.
Esa tarde sigue en la memoria de los 20.603 aficionados que disfrutaron, en las graderías, aquel partido de la Selección Valle y River Plate que terminó empatado, 2-2, con anotaciones de Klinger y Gamboa por el local mientras que por el visitante convirtieron Enrique Sivori y Héctor De Bourgoing.
El bautizo
Nadie hubiera pensado, ni lo dijo nadie, que Guillermo Ruiz Bonilla considera que su bautizo en el fútbol profesional fue el día que viajó desde Tuluá a Bogotá para ir al estadio Nemesio Camacho El Campin y ver el juego Millonarios-América el domingo 9 de julio de 1961.
“Casi llevo a la locura a mis padres, Apolinar y Graciela, al regresar a casa. No paraba de hablar de ese partido en vez del viaje. Y les repetía una y otra vez, y otra vez, y otra vez, que Millonarios ganó, 1-0, con gol de ‘Maravilla’ Gamboa, quien había debutado una semana antes, el 2 de julio, en el duelo que los azules se impusieron, 4-0, al Cúcuta Deportivo. Y saltaba y abrazaba a mi papá, primero, y luego a mi mamá. Era como si hubiese perdido la compostura”, recordaría Ruiz Bonilla 50 años después.
Sin embargo, dos sobresaltos imprevistos se registraron para aquel niño. El domingo 10 de septiembre cuando Millonarios perdió el invicto de 16 fechas ante Cúcuta, 1-0, en el General Santander; y la derrota con Santa Fe, 3-2, el domingo 26 de noviembre, pero Millonarios conquistó su sexta estrella con tres fechas de anticipación bajo la dirección técnica de Julio Cozzi (q.e.p.d.), inicialmente, y luego de Gabriel Ochoa Uribe (q.e.p.d.).
“Dios entiende el comportamiento de nuestro hijo”, le dijo Graciela a su esposo con lo que le dio tranquilidad en aquellos días debido a los arrebatos que sufría su ‘gordito’ cada vez que Millonarios ganaba o cuando perdía, él dejaba de comer debido a la tristeza. Eran otros tiempos.
Como el concurso de Totogol
En sociología se asegura que el hombre en la actualidad no vive mediante su memoria sino que necesita relacionar la memoria con lugares y hechos.
En el caso de Guillermo Ruiz Bonilla se aplica lo que es la memoria colectiva y la historia. Desde que tiene memoria no dejó de coleccionar revistas deportivas ni periódicos hasta el punto que “mi papá, en los trasteos que hemos realizado, lo primero que salen con él son sus archivos”, dijo Juan Guillermo, quien tiene la misma manía de su progenitor.
La familia Ruiz Bonilla se trasladó de Tuluá a Bogotá en 1967 y Guillermo, ‘el gordito’ de mamá, empezó a estudiar en la Universidad de la Sabana, pero nadie entendía cómo.
“Mis calificaciones en el colegio se parecían a un formulario del concurso de Totogol. Imagine, las notas, en esa época, eran de 1 a 5. Máximo se hubieran encontrado formularios con tres aciertos”, recordó Guillermo Ruiz Bonilla con una carcajada.
Un asunto de viejos
El estudiar en la Universidad de la Sabana a Guillermo Ruiz Bonilla le dio motivos para continuar organizando el archivo que tenía del fútbol profesional colombiano. Entonces, por aquella época, conoció a Raúl Senior Pava, hijo de Alfonso Senior Quevedo (q.e.p.d.), y de carambola, al directivo barranquillero.
“Hicimos una gran amistad y no me alcanzaría la vida para contar la infinidad de detalles del fútbol nacional y mundial que nos daba a conocer don Alfonso”, dijo Ruiz Bonilla.
Senior Quevedo, presidente de Millonarios y fundador de la Dimayor además de ocupar otros cargos en la Federación Colombiana de Fútbol y de integrar el Comité Ejecutivo de la FIFA hasta ser nombrado Miembro de Honor, siempre le decía a Raúl, “mijo, invite a Guillermo para que hablemos de fútbol. Él está mejor informado que las personas que están cerca de mi gestión como directivo, pero una de las cosas que me sorprende es el archivo que tiene. Él está muy joven para esas cosas y tendrá alguna razón. Creo que será historiador o estadígrafo. El guardar periódicos y revistas es un asunto de viejos”.
Le llega el amor
Muchos de los que conocían a Guillermo Ruiz Bonilla sabían que la novia de los domingos era Millonarios o Santa Fe. No dejaba de ir al estadio y siempre estaba rodeado de hombres de fútbol. Entre ellos, León Londoño Tamayo (q.e.p.d.), quien por esa época ya se fumaba su tabaco así de enorme; Guillermo Cortés Castro (q.e.p.d.), conocido como ‘La Chiva’, era primo del presentador de televisión Fernando González Pacheco (q.e.p.d.); y Jorge Correa Pastrana que tiempo después llegaría a ser presidente de la División Mayor del Fútbol Colombiano.
“Guillermito”, le dijo Londoño Tamayo a Ruiz Bonilla mientras soltaba una bocanada de humo mentolado sin sospechar que llegaría a ser el Zar del fútbol colombiano luego de salvar tanto al Cúcuta Deportivo como a la Dimayor de la quiebra y de crear la Federación con la que cambió la historia al nombrar como seleccionador a Francisco Antonio Maturana García en 1987 y conseguir el regreso de Colombia a los Mundiales de Fútbol después de 28 años de ausencia. “Don Alfonso me ha dicho que usted tiene mucho conocimiento del fútbol colombiano. Que es un apasionado por la historia del fútbol y que se documenta a través de las revistas que han existido, pero lo mejor es que las conserva como un tesoro. Ya lo veo ejerciendo de periodista, de historiador o trabajando en algún equipo o, por qué no, en la Dimayor en un cargo administrativo”.
La casa en que vivía Guillermo Ruiz Bonilla con sus hermanos y sus padres tenía un lugar especial para aquel archivo.
“¡Dios Santo!, lo que le dijo ese señor es una premonición”, le dijo Graciela a su hijo cuando él le contó las palabras de Londoño Tamayo.
La familia Ruiz Bonilla vivía en el barrio ‘Minuto de Dios’, en la localidad de Engativá, el que fue fundado por el sacerdote Rafael García Herreros (q.e.p.d.), conocido como ‘El tele-padre’ que con su ruana y con su mirada adusta, colérica y llameante anticipaba lo que debe ser el purgatorio.
“Los muchachos cada vez que lo veían, expresaban que en esa mirada del ‘tele-padre’ se podía encender un cigarrillo”, escribiría Lucas Caballero Calderón, conocido como ‘Klim’ (q.e.p.d.), en una de sus columnas que publicaba en el diario El Tiempo.
Mientras Guillermo Ruiz Bonilla terminaba sus estudios en la Universidad de la Sabana, un día llegó a la escuela del barrio en el que vivía, sin saber la razón o porque ya estaba escrito o porque era un premio del destino, sus ojos se encontraron con los de Gloria Cecilia Matallana Miranda, quien trabajaba como profesora de un jardín escolar.
“Fue amor a primera vista”, diría Gloria Cecilia tiempo después.
Él insistía que la acompañaría hasta el paradero del transporte público, pero lo que ella no sabía era que Ruiz Bonilla, estudiante de Psicología, viajaría junto a ella hasta Niza Antigua, barrio en el que vivía y que había sido diseñado por el arquitecto Willy Drews, en los años 60 del siglo XX, y que sería considerado patrimonio cultural debido a su arquitectura en donde se contemplaba la ausencia de rejas y que, por esa circunstancia, le daba contigüidad a las viviendas que fomentaban la creación de una comunidad entre los vecinos, pero el contraste de las casas estaba en el ladrillo y en las paredes blancas que eran la esencia del aspecto de la barriada junto a los espacios verdes en la zona frontal y posterior de cada hogar.
“Le hacía la visita de novio durante el recorrido del bus de la empresa Expreso Modelo y después, para regresar a mi casa, era el problema porque el servicio público, en ocasiones, terminaba su horario mientras yo estaba sentado en la sala, en una época en que los noviazgos eran vigilados. Entonces, tenía que emprender el retorno a pie”, recordaría Ruiz Bonilla 50 años después.
La hora del fútbol
Después de graduarse Ruiz Bonilla trabajó como Psicólogo durante dos años. Se fue a vivir a Medellín en donde llegó a ser vicerrector en ‘El Gimnasio Los Alcázares’, un colegio top 10 de Antioquia (5) y top 100 del país (57) del Icfes; y director de Orientación Familiar.
“Iba de un lugar a otro, conocía a fondo la problemática de aquella juventud que soñaba, a través de una pelota de fútbol, dejar en el olvido todo tipo de problemas que iban desde la tristeza de la solterona hasta la alegría en el corazón de las madres que veían cómo sus hijos se esforzaban, en la cancha sin césped del barrio, en cometer el disparate de gambetear a todo el equipo rival y al árbitro y al público que llegaba, sin falta, a disfrutar aquellas aventuras que les daba libertad”, contaría Ruiz Bonilla en una de sus conferencias de Psicología.
Pero aquella aventura llegó a su fin y regresó a Bogotá, en compañía de las cajas de cartón que contenían su más preciado tesoro. Él no se las dejaba a nadie. Entonces, le propuso matrimonio a Gloria Cecilia Matallana Miranda, la profesora del jardín infantil. Ella era el amor de su vida desde el momento que sus ojos se encontraron y el empujón se lo dio Raúl Senior Pava, su gran amigo desde la Universidad de la Sabana, quien a la postre fue el padrino de aquella boda.
Ruiz Bonilla se propuso vivir para el fútbol y ese deseo se lo concedió el destino. Empezó a trabajar en la Dimayor en 1976 y su labor consistía en organizar el archivo de la entidad que, en realidad, no existía.
Si alguien llegaba o llamaba por teléfono a la entidad que manejaba el fútbol profesional y preguntaba por la historia de un club, de los jugadores que habían jugado, del nombre de los árbitros o de los directivos, nadie daba razón de nada. Aquello era como bailar sin música.
“No sabemos”, era la respuesta de la secretaria de turno o de algún funcionario.
“Trabaje con nosotros”
Guillermo Ruiz Bonilla se propuso desde el primer día que llegó a las oficinas de la Dimayor de crear un archivo histórico del deporte que le apasiona, de tener los registros de los jugadores al día y en esas estaba cuando una mañana, en época de inscripciones para el campeonato que se iniciaría en una semana, llegaron Alex Gorayeb (q.e.p.d.), presidente del Deportivo Cali, acompañado de Humberto Palacios (q.e.p.d.), gerente azucarero que ejercía el poder detrás del trono, y preguntaron en dónde podían esperar porque tenían todo el día para revisar la documentación exigida.
“No se preocupen, aquí están las carpetas de los jugadores. Sólo faltan los contratos de las contrataciones recientes y sus respectivas fotografías”, les dijo Ruiz Bonilla.
Don ‘Hupa’, así se conocía a Humberto Palacios, miró a Gorayeb. Era evidente que no entendían la rapidez de aquel conjunto de trámites que demoraba hasta un día.
“¿Usted está seguro de que todo está bien? No queremos sorpresas de que inscribimos mal un jugador o que dejamos de hacerlo y nos cueste una demanda”, dijo Don ‘Hupa’ mientras Gorayeb sacaba su pipa del bolsillo izquierdo del saco negro que llevaba puesto.
“No se preocupen. Todo está bien”, fue la respuesta de Ruiz Bonilla.
La gestión terminó en 15 minutos y cuando se despidieron los representantes del Cali, Gorayeb dijo, “¿usted aceptaría trabajar para nosotros?”.
La respuesta fue evidente, “depende del dinero que paguen”.
Una semana más tarde, Gorayeb volvió a llamar.
Empieza el peregrinar
En el ambiente del fútbol y del periodismo deportivo, especialmente los reporteros que buscan las noticias en los camerinos, sostienen que el vestuario es el santuario en donde se pueden ver a los dioses sin aureola hasta el punto que con el transcurrir de los años lo que sucede ahí se convierten en leyendas urbanas que al fin y al cabo nacen del boca a oreja, cosa que hace que la historia crezca y se enriquezca de forma progresiva, como una imparable bola de nieve.
En el camerino del Cali, Guillermo Ruiz Bonilla vio a algunos jugadores perdidos en sus pensamientos, otros se veían eufóricos por lo que se avecinaba; pero otros, en cambio, se alistaban en silencio. Allí comenzaba y allí terminaba todo.
Era la época del Cali de Carlos Salvador Bilardo. Y una de esas historias que se contaban, en voz baja por lo divertida, era lo relacionado con el golpe de cabeza de Alberto de Jesús ‘El Tigre’ Benítez (q.e.p.d.) luego de conectar la pelota cuando Ángel María ‘El Ñato’ Torres enviaba los centros desde la derecha o desde la izquierda.
“En el camerino del Cali se dice que a Benítez le insertaron, en la cabeza, un hueso que le arrancaron a una vaca. Por eso es que sus cabezazos son incontenibles”, dijo Jorge López Tulandez, un día que llegó a la redacción del semanario Balón a escribir uno de sus reportajes, pero se encontró con Guillermo Ruiz Bonilla, quien estaba de visita porque empezaría, por capítulos, ‘la historia del gol en Colombia’ que estaba sustentada y que con el transcurrir de los años se convertiría en un libro de 412 páginas, con pasta de lujo y papel satinado, que fue editado, en el 2013, por la Universidad Sergio Arboleda.
En su momento aquel trabajo estadígrafo fue un éxito en las páginas de Balón, pero a la vez el lanzamiento de Ruiz Bonilla en el mundo del periodismo deportivo sin ganar dinero mientras trabajaba en el Deportivo Cali con la misión, entre otras cosas, de representar al equipo azucarero en algunas reuniones que se realizaban en la Dimayor.
Entonces, Emilio Fernández, editor del diario El Pueblo que pertenecía a la familia Londoño Capurro y que circulaba en Cali y en los demás municipios del Valle del Cauca, le propuso a Ruiz Bonilla convertir aquellas notas de Balón con algunos cambios tanto en textos como en fotografías en un libro, en papel periódico, que fueron insertados en cuatro ediciones del diario que les aumentaron la circulación mientras al autor le correspondieron 5.000 pesos de aquella época.
El tiempo transcurrió y Ruiz Bonilla empezó a aparecer en la radio como estadígrafo hasta que un día le presentó a don ‘Hupa’ el proyecto de la historia del Deportivo Cali.
“Está muy bueno y lo vamos a publicar”, recibió como respuesta. Entonces, don ‘Hupa’ se llevó el proyecto y se lo
entregó a Jorge García (q.e.p.d.), director de las páginas deportivas de El País en aquellos años, y “aquel material salió sin mi crédito”, diría tiempo después el personaje de esta crónica.
¿Quién dijo que el fútbol se detiene?
Al Psicólogo Guillermo Ruiz Bonilla desde el día de su nacimiento el fútbol lo atrapó y desde entonces no dejó de disfrutarlo tanto al verlo como al hablar de él y así lo hizo durante 18 años en Caracol luego que Rafael Villegas Meneses, conocido como ‘El líder’, lo invitó a participar en los programas deportivos debido a su conocimiento de la historia que ya empezaba a plasmar en libros que hablaban del fútbol colombiano y que lo convirtieron, ‘sin querer queriendo’, en un gurú de las estadísticas y de los recuerdos.
Él lo intuyó. No podía olvidar, por ejemplo, el gol que Willington Ortiz, con la camiseta del Cali, le convirtió a Ubaldo ‘El Pato’ Fillol, arquero de River Plate, en el estadio Monumental de Núñez, en la noche del miércoles 22 de abril de 1981 por la fase de grupos de la Copa Libertadores y que le dio el triunfo a los dirigidos por Edilberto Righi, 2-1, pero de paso eliminó al equipo que tenía como técnico a Alfredo Di Stéfano, quien contaba con varios campeones del mundo de 1978 como Fillol, Daniel Passarella, Alberto Tarantini y Mario Kempes.
En realidad, la pelota seguía girando al igual que la vida de Ruiz Bonilla. Llegaría a Millonarios, debido a sus estudios universitarios, a organizar un trabajo futurista en las divisiones inferiores en las que participaron, entre otros, Luis ’Chiqui’ García, Eduardo Lujan Manera (q.e.p.d.), Juan Martín Mugica Ferreira (q.e.p.d.), Esteban Gesto, Eduardo Retat y Jorge Luis Pinto.
“Salieron muchos jugadores del trabajo que se hacía en las divisiones inferiores. Entre ellos estuvieron Emilio ‘El Sanjuanino’ Rendón, Cerveleón Cuesta Delgado, Hugo Galeano y Omar Franco, quien siendo suplente del titular Fabio ‘La Gallina’ Calle y debido a una lesión de éste, le tocó debutar, en Bogotá, en un partido de Copa Libertadores ante Montevideo Wanderers el martes 26 de julio de 1988 y Millonarios ganó, 3-0, con dos anotaciones de Arnoldo ‘El Guajiro’ Iguarán y un tanto de Óscar ‘El Pájaro’ Suárez. Con Franco en el arco, el conjunto embajador tuvo un invicto de 26 jornadas y ganó la estrella 13”, recordaría Ruiz Bonilla.
Después de Millonarios, Ruiz Bonilla estuvo, durante seis meses, en Santa Fe, pero sin dejar de escribir sobre la historia del fútbol colombiano en los semanarios de entonces, Balón y Nuevo Estadio, en la época en que la dirigía Javier Giraldo Neira (q.e.p.d.). Entonces, Julio Nieto Bernal (q.e.p.d.), quien había trabajado en RCN Radio y en Caracol Radio, estaba como director de Coldeportes-Nacional y lo invitó a vincularse a la Escuela Nacional del Deporte en Cali.
“Usted puede hacer una gran labor por sus conocimientos de Psicología, por la experiencia adquirida en el fútbol y en los medios de comunicación”, le dijo Bernal.
Pero el fútbol otra vez lo atrapó. Gorayeb por aquel entonces lo llamó de nuevo.
“Lo necesito para que me acompañe en el área de administración de la Dimayor luego que me posesione como presidente de la entidad”, le escuchó al dirigente al otro lado del auricular.
Ruiz Bonilla estuvo con Gorayeb hasta el día que al presidente lo obligaron a renunciar, en Santa Marta, el sábado 17 de marzo de 1990, cuando Edgardo Barros, el dueño del Sporting de Barranquilla, en plena asamblea, se le acercó, sacó una pistola y sin soltarla, le dijo: “Es hora de que te vayas”.
Entonces, por lealtad, el hijo de Apolinar y Graciela, decidió abandonar aquel trabajo.
Tiempo después, se vinculó con la Escuela Carlos Sarmiento Lora que en lo futbolístico la dirigían el argentino Mario Desiderio, ex jugador del Deportivo Cali, Álvaro de Jesús Gómez y Finot Castaño; y luego estuvo con el América de 1991 a 1998 en la época en la que, de sus divisiones menores, salieron 104 jugadores por el trabajo planificado desde la oficina y llevado a la practica por Willington Ortiz, Janio Cabezas, Diego Barragán, Francisco Maturana, Félix Quiñonez y Pedro Zape, entre otros.
“La Psicología me ayudó a realizar mis sueños sin sacar del camino a nadie cuando se abren los codos ni en el periodismo ni como historiador y mucho menos cuando estuve vinculado a diferentes entidades del fútbol profesional. Lo que sí puedo decir es que del fútbol, de las revistas que colecciono, de las 3 millones de fotografías que se encuentran en mi biblioteca y de mi familia, estoy orgulloso”, dijo Ruiz Bonilla.
Y la historia lo recordará, además, de los seminarios de ‘Fútbol Solo Fútbol’ que organizó en Cali con la presencia de técnicos de la categoría del colombiano ‘Pacho’ Maturana, del argentino Carlos Bilardo, del ex futbolista brasileño Pelé y de los italianos Fabio Capello y Arrigo Sachi, quien dijo, en una de sus charlas, “el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes”.
Pero otro de los puntos a favor de Ruiz Bonilla fue la realización del ‘Torneo Esperanza’ durante cinco años con la presencia de equipos juveniles de Boca Junior, River Plate, Real Madrid, Sampdoria, Fluminense, Colo Colo y los 16 equipos que participaban en la Primera B y C de aquel entonces.
Por cierto, en Buenaventura todavía se recuerda que el presidente del Atlético Buenaventura quería comprar a Ronaldo Luís Nazário de Lima conocido como ‘El Fenómeno’, pero un directivo del Cruzeiro le dijo, “si tiene 10 millones de dólares le vendemos los derechos deportivos. Ya lo tenemos negociado para el PSV Eindhoven”.
LOS LIBROS
Si en los camerinos se inician las victorias o las derrotas, en la oficina de Ruiz Bonilla, en Bogotá, se ha cumplido la aventura de producir 38 libros de fútbol en los que este veterano periodista deportivo tiene investigaciones realizadas para la Conmebol y la FIFA, pero él no está solo en el trabajo que realiza. A él lo acompañan sus hijos, Juan Guillermo que le sigue los pasos en cuestiones de estadísticas y de coleccionar revistas; Daniel Mauricio, el creativo en diseño gráfico y el encargado de las plataformas digitales; y su hija, Ángela María que es la gerente de la empresa ‘Mundo Fútbol’.
Y ahí, justamente, los extremos más necesarios y más olvidados de la novela llamada historia, así sea del deporte de multitudes, se da el hecho de que está inconclusa. Y en este caso, el historiador Guillermo Ruiz Bonilla seguirá revisando con una lupa las viejas ediciones de revistas junto a las nuevas para encontrar si el pasado se modificó. Por eso, los abuelos y abuelas dicen que los historiadores no paran de demostrarlo.