Capsulas de Carreño

Fluminense y una copa a pedir de Boca

Por Jorge Iván Londoño Maya.
Columnista Cápsulas.

 

Hoy como abrebocas a la final de la Copa Libertadores, el muy creído de Oscar Domínguez Giraldo nos “chicanió” a los suscritores gratuitos de sus columnas, con su sentada de posaderas en el imponente Maracaná, que hoy lució en un 90% de granate, verde y blanco, colores del Fluminense, en contraste con el azul con franja amarilla del Boca Juniors.

 

Por méritos le correspondió a Wilmar Roldan, el tigre de Amalfi para el arbitraje, dictar sentencia, acompañado por un séquito de árbitros coterráneos, ocupando los diferentes puestos, es decir, jueces de líneas, cuarto árbitro y los mirones del VAR. El único repitente fue el horario del partido, nuevamente las 3 de la tarde, lo que nos privó de hacer la siesta completa.

 

El imponente acto protocolario dio la bienvenida a las lágrimas de muchos asistentes, aparecidas durante los himnos nacionales de ambos países.

 

En Boca, que por cosas del destino jugaba de “local”, aparece como titular el paisa Frank Fabra, ahora nacionalizado argentino, y como suplente Jorman Campuzano, muy conocido por los verdolagas, natural de donde desayunan todos con tamal, o sea Tamalameque. Su técnico es Almirón, de olvidada recordación por su millonario paso por Nacional.

 

En el Fluminense encontramos como titulares a German Ezequiel Cano, argentino naturalizado colombiano, el decano del gol, a quien conocemos con pelos y señales por su fructífero paso por el poderoso;  a John Arias, a quien el rio Atrato arrulló de niño, dueño de una endiablada gambeta, y en la suplencia el paisa Yony González, nacido como todos en el parque Berrio.

 

En el primer tiempo pisó más duro Fluminense, con jugadas en todos los tamaños y sabores; con llegadas al área y  remates al arco que probaron la calidad  de los guantes de Romero. Al minuto 35, Arias y Keno arman tremenda pared, y es Keno el que hace pase retrasado para que entre Cano, goleador de esta copa, y de potente derechazo venza a Romero. Se estremece el Maracaná y reaparecen las lágrimas, sin distinción de sexo.

 

En el segundo tiempo Boca se quita las esposas que le habían puesto en el primero y se muestra más decidido al ataque. Fluminense por su parte, haciendo gala del mal que no tiene cura, comienza a jugar igual como lo hace un equipo amigo mío cuando va ganando, o sea, a media petaca, con toques en una ruedita, balón para atrás, figuritas, etc. Y claro, al minuto 72, el peruano Advíncula, apellido sin tocayo, recibe el balón, y de la derecha se va corriendo hacia el centro, por el medio de una calle de honor que le van abriendo cinco jugadores del Flu, y de zurda manda potente disparo que entra podando grama, suficiente para empatar el partido.  Ese es el resultado lógico de subestimar el momento y el contrario.

 

El partido termina empatado a un gol en sus 90 minutos oficiales, lo que obliga a jugar dos tiempos extras de 15 minutos cada uno. El corto entre tiempo permite la hidratación de los jugadores y la concebida arenga del técnico y los líderes de cada equipo.

 

En Fluminense entra nada menos que Kennedy, lo que permite que se armen “alianzas para el progreso” del equipo tricolor, que nuevamente vuelve a coger la batuta que despreció. En una de esas “alianzas” Kennedy se gana la tarjeta amarilla por falta a un contrario. Corre el minuto 98, Kennedy recibe un pase de cabeza, respira profundo, mira al frente y saca un derechazo que supera los 120 kilómetros hora para marcar un señor golazo, que enloquece al anotador quien sale desbocado para la tribuna a recibir besos salivados, abrazos, palmadas y palmaditas de la “torcida”; mejor dicho, casi se lo comen vivo. En ese momento le dije a mi esposa, que de fútbol solamente distingue el balón, Kennedy se tiene que ir del partido, ¿Por hacer un gol? no, por ir a celebrarlo a la tribuna, eso da amarilla y como ya tiene una a cuestas, ajusta dos y eso cambia el semáforo a rojo. Dicho y hecho. Le pasó lo mismo que a Yeiler Valencia del Once Caldas, por ir a la tribuna a dedicarle el gol a la mamá, acción muy loable, pero castigable.

 

Roldan agrega un minuto, minuto que resultó de 120 segundos, en los que hubo hasta para vender, desde un penalti, que no fue, reclamado por los de Boca, hasta un amago de bonche, durante el cual Fabra le “acaricia” la cara a un contrario con una palmadita de alumno de segundo de primaria, por lo que el ofendido, al mejor estilo de la lucha libre se lanza al piso, tapándose la cara con ambas manos. Roldan revisa la jugada y expulsa al colombo-argentino. Así las cosas, ambos equipos quedan con diez jugadores.

 

El segundo tiempo es para Boca que trata de empatar, pero la impotencia se va apoderando del equipo xeneize ante un Fluminense  que se defiende hasta con los padrenuestros de Felipe Melo en el banco. Y no se crea, a pesar del asedio el Flu pudo aumentar la cuenta, por balón que pega en la base del vertical. Al minuto 123 Roldan toma el balón en la mano y por primera vez en su historia el Fluminense graba su nombre en la enorme copa.

 

En la ceremonia final, se entregan las medallas a los jugadores de ambos equipos, las mismas que los jugadores de Boca se van quitando al llegar a la otra punta del estrado, como una muestra de desprecio. Allá ellos. Hace parte del show  el facsímil del enorme cheque deja ver la suma de 21 millones de dólares (directivos del fútbol “nacional”, aprendan pues) ganados por el equipo tricolor, suficiente para que a esta hora la celebración sea con harto whisky y una generosa y deliciosa feijoada.

 

Bienvenidos pues amigos fluminenses al club de los ganadores de la Copa Libertadores.

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