Ese es el espíritu que he querido proyectar en mi academia.
Antes de dejar de jugar, sobre todo en los últimos tres años de mi carrera, empecé a darle vueltas a la cabeza para hacer algo por el fútbol, porque el fútbol me lo ha dado todo. Una educación, una formación y una mentalidad.
Finalmente encontré la idea. “Quiero hacer una academia en Rumanía con mi nombre para los niños. Darles una oportunidad de poder ser jugadores”, le dije a mi familia y a la gente de mi entorno.
Hice este proyecto porque creía que era necesario en nuestro país. En Rumanía alcanzamos un nivel muy alto en la selección en los años 90’. Pero después lo peor que hicimos fue no invertir en la cantera.
Mucha gente recuerda lo que hicimos en el Mundial de 1994, llegando hasta los cuartos de final, con partidos increíbles como el de Argentina. Una segunda revolución en el país, como digo yo.
Pero la base del éxito estaba en que era un equipo que venía desde hacía muchos años atrás, desde finales de la década de los 80’. El chico que destacaba era llevado a la capital, Bucarest, y ahí era seleccionado para formar parte de un grupo que estábamos todo el día juntos. En el colegio, en los entrenamientos, en las comidas, en los partidos… Así se hizo la mejor generación de futbolistas que ha dado este país.