Capsulas de Carreño

Jugar y vencer: Francia impone su historia. Por Leonardo Miranda, globoesporte.com

Por Leonardo Miranda, globoesporte.com

*Hay el fútbol soñado y el fútbol jugado. Francia poco imaginó, pero jugó mucho para imponer respeto con dos títulos. 

Hay el fútbol soñado y el fútbol jugado. El primero no tiene fin. Comienza en el silbido del árbitro y puebla un imaginario de historia y jugadas que ocurren sólo en la fértil imaginación de quien siente el juego como hincha. En cada Copa del Mundo, algunos equipos entran al fútbol imaginado como un suspiro de poesía. Donos de jugadas fantásticas que elevan la imaginación hasta el gol, la catarsis del juego.

El fútbol jugado es diferente. Él es más crudo, real y no siempre justo. Por cierto, casi siempre no es justo. Hay momentos aburridos donde la pelota necesita ser tocada de lado. Momentos donde hasta el crack se equivoca todo. Y momentos de puro éxtasis, que sólo nos damos cuenta que son preciosos después. El fútbol soñado es como una buena película: recorta los momentos aburridos y juega luz bajo los momentos legales, manipulando la imagen para causar una sensación que la realidad no nos da.

Si fuera una película, Francia sería un documental. Directo, objetivo, desnudo. No hay nada de mucho romántico en un equipo que sale de la Copa del Mundo y cumple su principal objetivo: vencer. Es lo que hay de más noble y más real que el fútbol y la vida nos ofrece. La medalla en el pecho crea historias y rinde carreras y famas que serán repelidas a lo largo de la historia. De aquí a 20 años, recordaremos a aquella Francia de Kanté o de Pogba que ganó de Argentina y de Uruguay y quebró el sueño de dos sorpresas – Bélgica y Croacia. Recordemos sí que el equipo no jugó tan bien y fue pragmático cuando hay talento y contexto para rendir más.

Pero pregunte al francés más ranzinza en los Champs Elysees hoy: poco importa si el equipo no encantó o dio materia para nuestros sueños. Francia siempre quiso la copa y jugó para ello. La trayectoria durante la Copa muestra un equipo muy maduro y consciente de sí. En 7 partidos, los franceses manipular a sus adversarios como un cirujano corta una vena. Contra los pequeños, goles en momentos decisivos. Si no necesitaba forzar contra Dinamarca, mata el juego en un empate.

Vio una Argentina en el frente y necesitaba hacer más goles que ella para pasar. Pavard, el lateral, apareció en el pico del área en una lance que se dibujaba hacia un escalón. Él no sabía si la pelota iba a caer en su pie o no, y un tiro a gol de aquella distancia sería muy improbable. Pero el simple hecho de correr unos metros más y surgir allí, por sorpresa, ya lo acredita a algo más.

Es ese detalle que separa a un equipo campeón de otro. El equipo campeón no juega bajo la expectativa de encantar, sino de vencer. Toma el encantamiento o juega bien como un reflejo del matrimonio entre tus piezas. Dentro de ese contexto, Francia casó sus piezas con perfección. Si usted mira bien, no hay condiciones para que el equipo juegue con largos cambios de pases o en contra-ataques bonitos de ver. Pogba, Matuidi y Kanté son jugadores de fuerza y ​​marcación, que salen y finalizan bien. Griezmann no es una camisa 10, ni un segundo atacante.

El equipo se queda en el medio término entre contraataque y ataque. Un equipo que presiona y muerde con intensidad. Hace los goles en salidas muy rápidas, pero también sabe pensar sus jugadas. En el tatiqués, podemos llamar a ese tipo de fútbol de «reactivo». Pues reacciona al adversario. Da campo a un Modric o un Rakitic. Parece que tienen libertad, pero todo es broma. Es una tela para que tengan la pelota y algún francés llegue, robe la pelota y salga muy rápido al ataque. La imagen abajo ilustra ese movimiento, que también tiene un nombre bien técnico: «pressing».

Es un estilo hermético. Francia deja que el adversario intente imaginar más y opera bajo la lógica de la realidad. Quiere vencer, nada más. Un estilo más duro, pero no intencional. La Francia bi-campeona del mundo es un equipo sobre todo forjado en la derrota. La dura eliminación para Alemania en 2014, se dio en un tiro fortuito en el Maracaná, donde Hummels saltó más que a todo el mundo. 4 años después, Varane hizo lo mismo contra Bélgica. Pero sin dolor fue mayor que la pérdida de la Euro a un trágico Portugal en la propia Francia. Allí, el elenco entendió que Francia no sólo necesitaba jugar: necesitaba vencer.

Y venció, con justicia.
La Copa del Mundo no termina hoy. Ella será imaginada e interpretada para siempre. Vamos a fantasear cada toque mágico de Modric o cada robada de pelota de Kanté. Necesitamos ese fútbol imaginado para vivir. Porque el fútbol fuera de la imaginación es aburrido, dramático, sorprendente, injusto, loco y sufrido. Es decir: es el deporte más cercano a nuestras vidas.
(Tomado de globoesporte.com)

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