Capsulas de Carreño

La funesta complejidad en el fútbol (Diego Fernando Villa Gómez)

Carlos Fernando VillaPor Carlos Fernando Villa Gómez
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*Da lástima ver en lo que se ha convertido el fútbol que ya es más negocio que otra cosa.

Cuando los gurús del mercadeo Jack Trout (Posicionamiento, El Poder de lo Simple y En busca de lo Obvio, principalmente), John Mariotti (The Complexity Crisis) y Steven Cristol con Peter Sealy (Simplicity Marketing), entre otros, hablaron de las consecuencias funestas de la complejidad que estaba apreciándose en las diferentes ofertas en los mercados, nacida de las dizque modernas teorías administrativas que impulsaban la diversificación, bajo la premisa de que era lo mejor para el cliente por constituir diferentes oportunidades de selección en la toma de decisiones, porque hicieron que se confundiera variedad con pérdida de enfoque, no se refirieron solamente a las actividades comerciales sino a todas las que desarrollamos los seres humanos.

Los detractores no se demoraron en aparecer, y la complejidad se fue apoderando del mundo de la administración, convirtiéndose en una herramienta del llamado direccionamiento estratégico. Apenas se está comenzando a apreciar las funestas consecuencias de ello, como para corroborar y demostrar la Ley 11 de las 22 que Trout con Al Ries (Las 22 leyes inmutables del marketing) presentaron, que es la de la perspectiva, y que se basa en que las consecuencias de lo que se hace en el mercadeo son a largo plazo.

El deporte lo está comenzando a vivir, y el fútbol lo está sufriendo.

Hasta hace poco menos de medio siglo, el fútbol era un deporte que se jugaba y practicaba recreativa, competitiva y profesionalmente como tal, como deporte, recreativo y de alta competencia, sin tanto enredo, pues los sistemas de juego, y las denominadas estrategias y tácticas, eran simples, sencillas, y todos las entendíamos, los que lo practicábamos y quienes lo seguían (seguíamos) como aficionados o hinchas.

Al dar una mirada al juego, como tal, se puede comprobar lo que decimos. Los que entonces hacíamos parte de los equipos de la primera categoría de la Federación Antioqueña de Fútbol, muchos de los cuales llegaron al profesionalismo, como Álvaro Santamaría, Ponciano Castro,  Alejandro Brand, la “rata” Gallego, Óscar “el papi” Mejía, y muchos otros que no me recuerdan como jugador (ellos eran mucho comparado conmigo), podemos recordar la forma como nos dirigían y enseñaban (el Tucho, Marroquín, Álvarez y otros), como nos entrenaban y como nos desempeñábamos en el campo de juego, sin tanto enredo ni complejidad como ahora. Era 3-2-5, sencillo, y se trataba de hacer más goles que el contrario, tal como en la administración (los ingresos deben superar a los egresos, ¡simple!).

Los jugadores eran jugadores, no productos para negocio, la mayoría sin apoderados ni empresarios; los técnicos (o entrenadores), eran eso, no empresas con asistentes y no tenían tanta tecnología. Los uniformes eran respetados y eran eso, uniformes, en lugar de las vallas publicitarias sin color diferenciador distintivo que es en lo que se han convertido. En fin, para no hablar sino de ello. En resumen, el deporte era deporte, era espectáculo, pero se convirtió en negocio, en fuente de enriquecimiento para los que lo practican, haciendo que jugadores y empresarios tengan la rentabilidad económica como el fin primordial de quienes se involucran en él, y los directivos (¿?) de los equipos, que no clubes, piensen en el signo pesos antes que en otra cosa; lo social, el hincha, y muchas veces el patrocinador, no importan como deberían importar.

Los jugadores eran portero, defensas, medios o volantes, y delanteros, así simplemente, con puestos definidos como defensa central, marcador de punta, volante, puntero derecho e izquierdo, interior derecho e izquierdo y centro delantero. Pero, llegó la diversificación, y, ¡se complicó! El jugador actual debe ser polifacético y desempeñar varias funciones, perdiendo claridad, efectividad y hasta identidad; el uniforme actual es una fuente de ingresos, manejado por marcas deportivas, y por ello debe haber varios y de diferentes colores; se manejan tiempos y resultados, hay zonas o áreas (que zona 1, zona 2, media, territorios y más). Al jugador no le permiten actuar con la libertad de antes, haciendo las cosas mucho más complejas.

Los entrenadores y/o técnicos tienen que tener varios asistentes, profesionales de la salud, especialistas en moda y diseño, y mucho más.

En fin, se complicó lo que no tenía que complicarse, y el espectáculo se ha perdido mucho. Pero seguimos siendo seguidores del fútbol, confiados de que algún día podremos volver a ver ese fútbol que degustamos, admiramos y añoramos, practicado con sencillez y elegancia (porque ya no podemos ni podremos practicarlo).

Cómo extrañamos y recordamos al “Turrón” Álvarez, al Dr. Orlando Maya, al “loco Lopera”, y a Ignacio Calle, entre muchos jugadores paisas (para no hablar de otros y de los extranjeros) que nos deleitaron y nos hacían disfrutar del deporte más popular del mundo. Y eso que no nos tocó ver al Dr. Ochoa, a Carlos García, ni al viejo Chonto Gaviria, pero nos los imaginamos.

Hay mucha tela para cortar, y mucho para polemizar. Pero da lástima ver en lo que se ha convertido el fútbol que ya es más negocio que otra cosa. Ejemplo: nuestra selección y el juego que mostró en Uruguay.

[Carlos Fernando Villa Gómez  [email protected]]

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