Capsulas de Carreño

La historia de Cabrero. Por Alejandro Fabbri, diario Perfil.

Por Alejandro Fabbri, diario Perfil

*La trayectoria de un entrenador que se inició y brilló en Lanús, su club del alma. 


“Ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan” fue una de las frases históricas del dictador Francisco Franco para intentar levantarle el ánimo a la población, en medio de las carencias y la dureza de su régimen, a mediados de los años cuarenta. Muertos sus aliados Hitler y Mussolini, el gobierno que emergió detrás de la terrible Guerra Civil, no podía alimentar a su gente. Muchos decidieron irse, entre ellos el matrimonio Cabrero-Muñiz, que escapó de las penurias que vivía en Santander para venirse a la Argentina.

Ramón Cabrero tenía cuatro años cuando hizo el viaje en barco desde su ciudad natal, sin imaginarse la identidad que asumiría ni bien empezara a mezclarse entre los chicos de su edad. Nacido el 11 de noviembre de 1947 en la hermosa Santander, bien al norte y junto al mar Cantábrico, tuvo que adaptarse rápido al nuevo país, sostenido por el esfuerzo familiar de sus padres, albañil y mucama, respectivamente. Cabrero inició su contacto con el fútbol en los primeros años cincuenta, cuando los ídolos populares marcaban a fuego el estilo argentino, que vivía aislado de los mundiales sin razón aparente.

Ingresó a las inferiores de Lanús y se ubicó rápidamente en su puesto preferido: insider derecho, un mediocampista habilidoso, con apego por el toque corto, la prolijidad y un amor por la gambeta que mantuvo inalterable. No había cumplido los 18 años cuando le llegó el debut en Primera. Fue en el Bosque de La Plata, contra Gimnasia. Un compatriota suyo, el técnico vasco Pedro Areso, le anunció que sería titular, por ausencia del experimentado Martín Pando. Fue justo otro exiliado como Areso, que había formado parte de la selección vasca en el exilio durante los años de la guerra civil y no había podido regresar a España, quien lo puso en Primera.

Aquella tarde, el partido terminó empatado en un gol, pero Ramón Cabrero hizo su debut y se dio el enorme gusto –con 17 años- de convertir su primer tanto, tras clavar un derechazo cruzado al recoger un centro de Iglesias y vencer al imponente turco Carlos Minoián. El cántabro argentinizado había hecho historia en su presentación. Después serían 92 partidos oficiales más con la camiseta granate y seis goles, hasta que llegó el descenso de 1970 y el pase al formidable Newell’s del Gitano Miguel Antonio Juárez y su joven asistente, César Menotti.

Cabrero le dijo a El Gráfico en su momento que “el Gitano tuvo un infarto y Menotti asumió como técnico. Fue el mejor de todos, porque convencía con su palabra y era muy claro con el jugador. Menotti cambió el fútbol argentino, fue el tipo que en la década del 70, cuando todos imitaban a los europeos, se plantó y dijo “el fútbol argentino es éste y a otra cosa”.

Pasó por Newell’s y se fue al Atlético de Madrid, donde tuvo como entrenador a Juan Carlos Lorenzo, casi lo opuesto del Flaco Menotti: “De Lorenzo aprendí cómo entender a lo que juegan los rivales y conocerlos en sus virtudes y defectos”. Allí forjó la amistad inalterable con Rubén Panadero Díaz, quien sería su primer ayudante campo en el Sportivo Italiano que alcanzó la gloria al llegar a Primera División en 1986.

Cabrero paseó su fútbol elegante por Elche y Mallorca, para jugarse sus últimos años en dos cuadros mendocinos, habitués de los viejos Nacionales: San Martín e Independiente Rivadavia. Un par de años después llegaron las chances para dirigir. Con casi 40 años, Cabrero se animó y tomó a aquel Sportivo Italiano que hizo historia al ganar el octogonal de 1986 y enviar por primera vez al descenso a Huracán, en una infartante definición por penales.

En 1987 regresó a Lanús, que transitaba en la B Nacional. Recorrió el país pasando por Maipú de Mendoza, el Central Córdoba santiagueño y fue amenazado por los barras bravas de Colón, en 1991. Allí se enojó y decidió largar todo. Puso un negocio en su Lanús, su lugar en el mundo y se abrió del fútbol con toda la razón.

Le picó el bichito del entrenamiento y se vinculó a Los Andes, pero fue un trayecto corto. Ahí eligió iniciar el camino de las divisiones inferiores, trabajando en Racing y en Lanús. Aceptó un puesto en la remota Albania, pero se volvió pronto, porque los resultados no conformaron a quienes lo habían llevado allá. Cuando regresó, le ofrecieron dirigir a la primera granate luego del alejamiento de Néstor Gorosito. Dijo que sí.

Debutó el 13 de noviembre de 2005, en un empate 1-1 con Newell’s y empezó su trayecto a la gloria con su club del alma. Gracias a su capacidad, su visión de juego y lo que conocía a sus jugadores, muy pronto hizo debutar oficialmente a Lautaro Acosta, Sebastián Blanco y Diego Pulpito González. El 2 de diciembre de 2007, Lanús alcanzó el máximo objetivo cuando empató 1-1 con Boca en la Bombonera y ganó el torneo Apertura. José Sand fue el goleador del torneo con 15 conquistas y obtuvo la aceptación definitiva. Al final de aquella temporada, Cabrero dejó el cargo y propuso a uno de sus colaboradores principales, Luis Zubeldía.

Pasó por Atlético Nacional de Medellín, en Colombia y regresó tras dos torneos. Dejó gratos recuerdos y la satisfacción de mantener una propuesta ofensiva y un fútbol atildado. Volvió a su Lanús, rechazó ofrecimientos para dirigir de nuevo ahí y en otros clubes y se refugió en las divisiones inferiores, alcanzando en los últimos años el lugar de manager, revisando partidos, analizando jugadores y sobre todo, aconsejando a los más chicos y a los entrenadores que lo supieran escuchar.

En la gravedad de su estado –había sufrido un accidente cerebrovascular (ACV) en marzo- debe haberse emocionado muchísimo por la hazaña de su Lanús. Falleció horas después y su figura se agrandará a medida que pase el tiempo. Querido y respetado, vinculado desde siempre al Mundo Granate, pasó a la historia. Ramón Cabrero. Recuerde su nombre y apellido cuando haga la lista de la buena gente que el fútbol nos legó.
(Tomado del diario Perfil).

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