Capsulas de Carreño

La importancia de jugar con hambre (Óscar Domínguez G.)

Oscar Dominguez, columnistaPor Óscar Domínguez G.

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* Y como el día de gastar se gasta a Dunga le doy otro consejillo: a jugar con hambre ajena, la de Colombia.
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Dijo Dunga el entrenador de la acorralada selección de Brasil que “Colombia jugó como buscando un plato de comida”. A lo Pambelé, hay dos formas de interpretarlo: Por el lado bueno o por el malo. Como mantengo activado solo el primer chip, el bueno, para no perder nunca, celebro el símil gastronómico.

“Más cornadas da el hambre”, dijo en su momento Manuel Benítez el Cordobés, filósofo-torero, para destacar la importancia de no tenerlo todo.

Jarto nacer y tener a su servicio hasta funcionarios que te pondrán la crema en el cepillo de dientes, como sucede con herederos de lo que queda de la decadente realeza europea. La gracia de estos privilegiados consiste en haber nacido en el lugar no equivocado. Si se puede hablar de que es un privilegio no tenerle que dar un golpe a la tierra.

Maluco también es bueno, dice el hombre de la calle que prefiere no tenerlo todo solucionado. El hambre, en su acepción de ganas, es lo que mueve este paseo de olla que es la vida. Dadme hambre y moveré el mundo diría  el griego famoso.

Cuando jugamos contra Venezuela lo hicimos con el buche lleno. Cero hambre. En la cafetería de nuestra vanidad no nos cabía un tinto. Nos creíamos imbatibles, inmortales, imprescindibles. Y de estos últimos está lleno el cementerio, dicen que decía Napoleón.

Y nos fuimos a las duchas con tremendo revés ante los vecinos. El mismo 1-0 que padecieron los hermanos venecos ante los peruanos que también jugaron con hambre y resucitaron en la Copa sin haber muerto del todo.

Ese hambre ganadora sí que la necesitarán los cariocas en el próximo juego ante Venezuela que saltará a la cancha cargado pa tigre. Por lo pronto, tienen la disculpa para la galería de que el hecho de haber perdido dos piernas en el primer tiempo, les arruinó el bolero balompédico que venían bailando.

Las dos piernas que perdieron son las de Amorebieta que dejó al equipo con 10 bípedos implumes si mis matemáticas de periodista no me fallan. Claro que falta que lo marginó del partido no era para tanto.

Con parecido déficit de piernas, las de Neymar, en líos con la justicia española, jugarán los brasileños su definitivo partido: o ganan en forma contundente o regresan a las playas de Ipanema a darle  de comer al ojo mirando garotas.

Una opción que me permito sugerir sin costo alguno, y teniendo en cuenta que mi nieta es carioca, es llamar al célebre cirujano plástico Ivo Pitanguy, para que realice un trasplante que le permita instalar  el fútbol de Neymar en otras piernas.

Neymar perdió no solo el partido sino urbanidad gracias (de nada) a su comportamiento destemplado al final del juego cuando le clavó un balonazo a Armero. Le hicieron gavilla nuestros compatriotas y ahí fue Troya. Para mostrarle tarjeta roja, el árbitro persiguió hasta el túnel al astro del Barcelona que tiene asegurados los almuerzos hasta la centésima encarnación.

Bacca, el nuestro, mugió en defensa de su colega agredido y también se tiñó de rojo. Pero hay gente en la banca que lo suplirá con solvencia. No sucede lo mismo con Neymar quien, de nuevo, quedará en deuda con sus devotos entre los que me cuento.

Su fútbol me parece eficiente y alegre como una tarde de domingo . Lo veo detrás del balón y me olvido de mi cuenta bancaria.

Y como el día de gastar se gasta a Dunga le doy otro consejillo: a jugar con hambre ajena, la de Colombia. O a pasar hojas de vida porque a los dueños del balón solo les interesan triunfos que hagan sonar a su majestad la registradora.

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