Fue una historia de película, para repasarla con atención total. Scaloni dejó afuera a Di María, quien salía de una contractura, e incluyó a Lisandro Martínez. Así Argentina sumó un marcador central y mutó a un 5-3-2. Esa clara búsqueda de un efecto espejo, ese mismo dibujo que el de Países Bajos, sirvió para liberar a los marcadores laterales albicelestes.
Nahuel Molina y Acuña contaron con más soltura para pasar al ataque. Hasta que el del Atlético de Madrid encontró a Messi, el 10 inventó una asistencia celestial y Molina tocó al gol con la cara externa del pie derecho.
Argentina, con sus tres centrales, controló a Bergwijn y a Memphis Depay, mientras que con Molina y Acuña tapó a Dumfries y Blind. En desventaja, durante el descanso, Van Gaal hizo dos cambios: Koopmeiners y Berghuis por los intrascendentes De Roon y Bergwijn. Después, sumó otro delantero (Luuk De Jong) por un defensor (Blind) e intentó con línea de 4 en el fondo.
Arriba en el marcador, Scaloni puso a Paredes por De Paul (pese a la molestia muscular aguantó 65 minutos). Argentina esperó unos metros atrás para contraatacar con la conducción de un Messi excelso, nítido para ver cuándo tocar o encarar. Y apareció el otro lateral liberado, Acuña: frenó dentro del área y Dumfries lo enganchó abajo. Luego, Leo dejó parado a Noppert combinando clase y engaño en la ejecución del penal.
Sí, 2-2. Alargue. Sí, era verdad: Argentina y Messi no lo podían creer. Sin embargo, en los diez minutos finales entró Di María. Con Fideo, la albiceleste reaccionó y generó media docena de situaciones de gol en ese breve lapso: tres de Lautaro, una de Pezzella, dos de Enzo Fernández, la última en el palo. Sí, penales. Sí, era verdad. Ahí Dibu fue gigante ante Van Dijk y Berghuis. Messi la acarició. Lautaro redondeó. Y vino el abrazo que todo resumió.
(Fuente: Mundo Deportivo)
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