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Rivales o enemigos (Leonardo Véliz, La Tercera)
- Updated: 18 septiembre, 2015
Por Leonardo Véliz,
La Tercera
*En nuestras canchas abundan jugadores populistas, demagogos, embaucadores, divos y simuladores.
Tuve un entrenador del fútbol amateur que me enseñó que para jugar este deporte decentemente me debía enfrentar a rivales y no a enemigos. Los consideraba rivales porque había un reglamento a respetar y eran tachados de enemigos cuando esgrimían un arma o cualquier artimaña para matar el juego.
Instalado en el fútbol profesional me enseñaron equivocadamente que en el fútbol todo vale. En política este maquiavélico concepto es un dogma. Pero en el deporte más lindo del planeta esto no se resiste.
Como en toda actividad realizada por humanos, el fútbol cobija a leales y malandras, a simuladores y honestos y sobre todo acoge a los astutos con mirada artera.
La gran mayoría sufre del síndrome del ventajista, del uno a cero desde el vestuario, obtiene ventajas con la mentira a cuestas y el engaño a la verdad.
En nuestro fútbol existe toda esta fauna salvaje en concomitancia con un éxito inmerecido. Embarullan el espectáculo, acosan a los árbitros, exasperan a los dirigentes, arrastran a los técnicos, incitan a los hinchas y llaman a la violencia que no tarda en aplicar su justicia.
En nuestras canchas abundan jugadores populistas, demagogos, embaucadores, divos y simuladores. Quedar bien con la hinchada es la orden perentoria. Decir que nunca vestirán otra camiseta es el rezo. No celebrar un gol contra quien los vio nacer es el juramento. Besar con unción la insignia que no sienten es la farsa misma.
En la UEFA estos personajes no son santos de su devoción y sancionarán sobre todo a los acosadores de árbitros, artilugio muy propio de los rioplatenses y que tienen imitadores en todo el mundo.
Que recapaciten los Herrera, Fierro, Peric, capitanes e íconos de los clubes grandes, de los menores y tantos otros que confunden el rol de liderazgo.
Llegó la hora de organizar la alegría en nuestros campos de fútbol, desterrar a los tristes de alma, que vuelvan las sonrisas y enterrar los lamentos.
Deponer las miserias ante los grandes negociados. Que vuelva el brillo del juego y no el de los ojos vidriosos del salvajismo.
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