Capsulas de Carreño

Un estadio sobre lava. Por Tobías Carvajal Crespo, Cali.

Estadio Universitario el día de la inauguración de los Olímpicos de 1968. Archivo Tobías Carvajal.

*Una maravilla arquitectónica en Ciudad de México… Escenario de 2 marcas históricas en el atletismo.

Por Tobías Carvajal Crespo, Cali

 

En Brasil, el estadio ‘Maracaná’ puede jactarse de haber albergado, en otras épocas, un poco más de 200.000 personas; en Inglaterra, el viejo ‘Wembley’ demolido en el 2002, de haber sido bendecido e inaugurado por un Rey, Jorge V y en Uruguay, el ‘Centenario’, de construirse en menos de un año. Así pues, cada estadio tiene su propia historia.

Pero como obra de arte, el Estadio -ese sí- Olímpico de la Universidad Nacional Autónoma de Ciudad México, sede habitual del equipo de Los Pumas y de la cita olímpica de 1968, quizás no tiene émulo a la vista.

Desde que terminó de construirse en 1952, este majestuoso escenario atrajo la admiración de los más notables arquitectos de todo el mundo. Y la razón es bien sencilla: el emblemático estadio universitario de la capital azteca se asienta sobre una hondonada de lava, arrojada hace algo más de 2 milenios, por un pequeño cono volcánico -hoy inactivo- de nombre Xitle, ubicado en las faldas de la serranía que circunda, por el costado suroeste, a Ciudad de México.

A diferencia de unos cuantos estadios del mundo, cuya arquitectura en otros tiempos seguía los lineamientos de los coliseos romanos, el Estadio Olímpico azteca se fundamenta en el concepto de los escenarios griegos, casi siempre acomodados en desniveles naturales, formados por el propio terreno.

De acuerdo con lo anterior, la localización y forma del estadio lo determinó la topografía de lugar. Al remover la tierra, el campo de juego se trazó a un nivel ligeramente más bajo, dejando intactos los terraplenes circundantes, sobre los cuales se cimentaron las tribunas -o bandejas como dicen los argentinos- de las diversas localidades. Se logró así, un impresionante ahorro de recursos, al tiempo que se obtuvo un acceso más fácil del público, pues las entradas al estadio quedaron en forma de rampas de poca inclinación, cuyos vomitorios desembocan a la línea media de las graderías.

El tepetate -piedra blanca para los mexicanos- se utilizó después de ser extraído, para los ya citados terraplenes. La piedra volcánica sirvió para el recubrimiento exterior, mientras otros materiales como el hierro y el concreto se emplearon en la construcción del balcón circundante del estadio.

A diferencia de la parte exterior de estadios como el ‘Campín’, el ‘Atanasio Girardot’, el ‘Pascual Guerrero’, o el ‘Romelio Martínez’, etc. carece de pórticos -o columnas en ‘V’- para soportar el primer nivel de las tribunas.

El proyecto de este singular escenario deportivo estuvo a cargo de los arquitectos Augusto Pérez Palacios, Jorge Bravo y Raúl Salinas. La obra se hizo realidad en año y medio y tuvo un costo de 2 millones de dólares de la época. Se inauguró el 20 de noviembre de 1952 y se consolidó como el segundo estadio más grande del país.

Los taludes de la parte exterior se utilizaron para una gigantesca esculto-pintura en piedra del maestro Diego Rivera, muralista de grandes obras de contenido social y político. Pese a sus 66 años de edad, no rehusó la invitación de los gestores de la obra, para plasmar en el escenario olímpico una de sus famosas esculturas, tal como lo hiciera años antes, en edificios públicos, antiguos y modernos de México y el extranjero, con el mayor de los éxitos. El maestro Rivera murió pocos años después de construirse el estadio, el 24 de noviembre de 1957 a los 71 años de vida, víctima de una afección cardíaca. Había nacido en Guanajuato.

El estadio, que dispone de holgura urbanística en todo su alrededor, admirado desde arriba tiene arquitectónicamente, en su parte interior -tribunas- un enorme parecido con el estadio ‘Atanasio Girardot’ de Medellín.

Sede de Juegos Olímpicos, Juegos Panamericanos y varios partidos de Mundiales de Fútbol, el Estadio de la Universidad Nacional Autónoma de México tiene, en el historial de su pista atlética, 2 hechos para la posteridad: el norteamericano Jim Hines en los Olímpicos de 1968, fue el primer ser humano en bajar de los 10 segundos en la prueba de 100 metros planos. Impuso 9,9 medición no electrónica.

Y para completar, su paisano Robert ‘Bob’ Beamon, en el mismo certamen, realizó un salto de longitud de asombrosos 8 metros y 90 centímetros. Desde el 18 de octubre de 1968 esa hazaña, a nivel de Olímpicos, se mantiene intacta. Una vigencia de 52 años a la fecha y que podría prolongarse, dependiendo de Tokio 2021, al menos de momento.

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