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Una copa rebosante de amor y sacrificio. (m.v.z.)
- Actualizado: 7 noviembre, 2019

Tras la conquista de esta Copa rebosante de amor propio y sacrificio, solo resta decir,
Gracias, Aldo, excepcional artífice de esta inmensa alegría. Gracias, GUERREROS PODEROSOS. Foto @DIM_oficial.
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Por María Victoria Zapata B.
Columnista Cápsulas.
Pocas veces una definición del título de Copa Águila había tenido tanta importancia como la que tuvo anoche esta, de la versión 2019, que ganó con todos los méritos el Deportivo Independiente Medellín.
Era la Copa que tenía el significado de la gesta heroica del ex arquero, adalid rojo y hoy técnico Poderoso Aldo Bobadilla, quien con una elevada dosis de sentido de pertenencia, liderazgo y carisma, reconstruyó en poco menos de dos meses un equipo que estaba aniquilado mental, anímica y deportivamente.
Era la Copa que tenía rotulado el sueño incesante del capitán, referente e ídolo Germán Ezequiel Cano, a quien el destino le había negado el título no obstante sus 129 anotaciones con la casaca N° 14 del DIM y su condición de goleador histórico del Equipo del Pueblo.
Era la Copa que refrendaba un sitial de honor en la cronología roja para David González, un arquero convertido en leyenda e, igualmente, el jugador con más títulos obtenidos en los casi 106 años de existencia del Deportivo Independiente Medellín: Cuatro. (2002-2, 2004-1, 2016-1 y, ayer, Copa Águila 2019)
Era la Copa que le daba más lustre a la transpiración y temperamento de ese gladiador y caudillo Poderoso, Adrián Arregui, bastión del DIM y ejemplo de valentía y pundonor, y al sudor de ese otro luchador de primera línea de volantes, Didier Moreno, símbolo de coraje, recuperación y sacrificio.
Era la Copa que reivindicaba el fútbol exquisito del SEÑOR del medio campo Andrés Ricaurte, la fogosidad del líder de la zaga, Andrés Cadavid, el empuje de Déinner Quiñones, el brío de Elvis Perlaza, la superación de Jesús David Murillo y Dayron Mosquera y la ilusión de un puñado de canteranos como Brayan Castrillón, Jaime Giraldo (ausente ayer por lesión) y Jonathan Marulanda, entre otros.
Era, pues, una Copa que trascendía una historia reciente signada por el fracaso y dignificaba, en cambio, el renacimiento del fútbol rojo a la vez que invocaba un profundo sentido de pertenencia materializado en sudor, trabajo y voluntad colectivos.
Y era una Copa que, antes de ser levantada, anoche se terminó de desbordar con un fútbol de fantasía en el período inicial y de inteligencia en el complementario, con dos anotaciones que llevaron el éxtasis a la gramilla y a la tribuna, con las plegarias y lágrimas del técnico Aldo Bobadilla, con el llanto feliz e incontenible del capitán Germán Cano, con las oportunas atrapadas del cancerbero David González, con la redención futbolística de Andrés Ricaurte y Didier Moreno, con la superación de Jesús David Murillo, con el ímpetu de Adrián Arregui, con el anhelo de un grupo de canteranos, con el trabajo de aquellos jugadores que hicieron su aporte en los últimos minutos del partido , con el supremo esfuerzo de un equipo que volvió a creer en sí mismo y con el respaldo de ese jugador N° 12, el hincha, que acompañó y colmó las graderías del estadio Atanasio Girardot.
Pero fue, sobre todo, una Copa alcanzada con elevado sentido de pertenencia y con un enorme corazón. El corazón de un grupo de jugadores que, de la mano de ese paraguayo tan querido y tan nuestro, Aldo Antonio Bobadilla, volvió a conjugar los verbos creer, querer y poder, que superó sus limitaciones a punta de ganas y de fe, que dejó el alma en la gramilla y que ayer bebió nuevamente el elíxir de la dicha.
Tras la conquista de esta Copa rebosante de amor propio y sacrificio, solo me resta decir,
Gracias, Aldo, excepcional artífice de esta inmensa alegría.
Gracias, GUERREROS PODEROSOS.
[María Victoria Zapata B.]
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