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Verde que no te quiero azul (Óscar Domínguez G.)
- Actualizado: 20 octubre, 2015
Por Óscar Dominguez G.
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* En principio, creí que había sintonizado mal el canal Win.
Este daltónico hincha del Atlético Nacional quedó morado, magenta, mejor dicho, color Regina Once, desde cuando vio al equipo de sus entretelas sin su atuendo original “verde que te quiero verde”.
La última vez fue el sábado que ya no existe cuando la muchachada saltó a la cancha a propinarle insólita paliza al Júnior de Barranquilla en su patio. Los jugadores salieron todos de azul hasta las pantorrillas vestidos.
En principio, creí que había sintonizado mal el canal Win. Me puse bien las gafas de siete leguas y seguí viendo azul donde esperaba ver esperanzador verde.
Me sentí ninguniado en mi condición de verdolaga desteñido. Así vistan a los jugadores de azul celeste, un color que considero anticipo del cielo al que pienso ingresar sin excesivos méritos.
Soy hincha tibio pero en lo del color no rebajo pinta como dirían los fans bravos de “Corea”.
Con toda mansedumbre, disciplinados como testigos de Jehová o como niños de kínder que atraviesan la cebra agarrados del delantal del compañerito de adelante, la comunidad verde toleró que los dueños del balón optaran por ese uniforme alterno.
En las novelas de detectives cuando hay asesinado a bordo, el autor propone “chercher la femme”, buscar la mujer, como cuota inicial para resolver el misterio. En el tránsito del verde al azul veo un tufillo económico. Si se reflejara en rebaja en las entradas vaya y venga. Pero los directivos no fueron hechos para restar sino para sumar platica. Capitalismo salvaje.
Y es que “poderoso señor es Don Dinero”, diría Quevedo y Villegas quien se perdió la oportunidad de hacerle sonetos al fútbol por la simple razón de que el esperanto de las patadas es un invento relativamente reciente de los ingleses.
Poetas modernos escribieron sonetos como el de Vinicius de Moraes a un ilustre jugador del apabullado Júnior: el fallecido Mané Garrincha, el brasileño inmortalizó esta frase en el reportaje que le concedió a Cepeda Samudio: “Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí”.
“Ese no es mi equipo”, me decía mi subconsciente, o sea, ese otro yo que poco sale a flote pero que ahí está para que los siquiatras lo descifren y pasen factura.
El azul celeste espantó de tal forma a los jugadores del Júnior que se fueron a las duchas, terminado el primer tiempo, con cuatro goles en su morral.
La pela era tal que en el segundo tiempo, los jugadores del Nacional casi que se podrían haber dedicado a llenar el crucigrama.
Eso fue lo que hice. Entre bostezo y bostezo, horizontales y verticales, miraba con el rabillo del ojo a ver si empezaba el descuento que nunca llegó.
Ver al verde de azul es tanto como si el partido demócrata cambiara el burro insignia por el dinosuario de Monterroso, hacer el tránsito del uribismo al santismo, o cambiar la novia por la sota de bastos.
Cuando este seguidor del Nacional, casi al final del partido despertó, el azul del Nacional todavía estaba ahí. Como el dinosaurio de Monterroso.
El ángel de las piernas torcidas
Vinicius de Moraes
(Traducción de Ricardo Bada)
A un pase de Didí, Garrincha avanza
con el cuero a los pies, el ojo atento,
dribla uno, dribla dos, después descansa
como midiendo el riesgo del momento.
Tiene el presentimiento y va y se lanza
más rápido que el propio pensamiento,
dribla otra vez, un-dos, la bola mansa,
feliz entre sus pies, ¡un pie de viento!
En su trance la multitud contrita,
en un acto mortal se yergue, y grita
un unísono canto de esperanza.
Garrincha, el ángel, atiende y oye ¡Goooooool!
Es pura imagen: G que chuta una O
dentro de un arco en L: ¡es pura danza!
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