Capsulas de Carreño

Réquiem con grito de gol

La selección de Inglaterra celebra el titulo en el Mundial de 1966 luego de derrotar a Alemania, en la final. ‘Bobby’ Charlton celebra y se le ve que está agotado por el esfuerzo.

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POR WILLIAMS VIERA.

 

 

 Sí, me llamo Sir Robert ‘Bobby’ Charlton y todos hablan de mi muerte. Puedo leer, así ustedes no lo crean, las diferentes historias que publican por estos días de mi época de futbolista y hasta se olvidan de Matt Busby, él fue el único preparador que tuve en mis inicios y quien decía, sin sonrojarse: “Siempre fue el mismo ‘Bobby’ de cuando llegó al Manchester United, a los 15 años. Es un joven modesto, leal, caballeroso… Y, por añadidura, capaz de jugar lo suyo, también”.

Estoy en mi ataúd, aun no me han enterrado ¿o incinerado? Aún no lo sé. Lo único que entiendo en este instante es que morí a los 86 años. Si me diera por levantarme, digo, espiritualmente, volvería ser el mismo. Jugar fútbol con la misma insistencia que lo hice en el Manchester United y en la Selección de Inglaterra, planeando jugadas y haciendo goles.

‘Bobby’ Charlton realiza trabajo de pesas bajo la orientación de Matt Busby con miras a la final de la Copa Europea ante Benfica.

Mientras sigo sumergido en este delirio, sin saber si estoy muerto o vivo, creo sentir el ruido de los tapones de los botines en el momento que me dispongo a salir desde el vestuario para recorrer el túnel que me lleva, junto a mis compañeros, a la cancha del Old Trafford, ubicado en una zona que estaba, en los años de 1960, llena de fábricas con trabajadores que llegaban de todas partes de Gran Bretaña a realizar diferentes tareas tediosas y aburridas, pero llegaban al estadio al considerar que no hay nada más aburrido que un domingo sin fútbol.

La frase es una certeza y una metáfora. Ahí veo a Matt y él me ve en donde estoy sin creerlo, pero lo escucho de nuevo cuando nos decía: “Hay que entretener al público. Ellos compran su boleta con la plata que reciben de su trabajo. No los podemos defraudar”.

Me encuentro en mi ataúd, sin sentir el horror de la muerte de la que dicen que es el fin de la peregrinación terrena del hombre. Creo que lo leí en la Biblia un domingo en la Iglesia junto a mi esposa, Norma, y mis dos hijas, Suzanne y Andrea, mientras sentía que los nudillos me sudaban, que las uñas se alborotaban, que las rodillas me dolían y me dolerían más. Que necesitaba jugar y así lo hice durante 21 años seguidos para el Manchester United en los que nunca tuve una lesión. Muchas veces me preguntaron el secreto y respondí, “tuve suerte”. Eso, creo, fue un hecho sin precedentes al jugar en un club tan grande y lleno de historia porque entrenábamos y pateábamos el balón muchas horas que, en ocasiones, llorábamos, en la derrota, sin consuelo, por el simple hecho de querer ganarlo todo.

Sé que estoy ‘realmente’ muerto. Lo sé desde que dejé de jugar. Me dicen que soy una leyenda del fútbol. Que soy segundo goleador histórico del Manchester United con 249 anotaciones detrás de Wayne Rooney y segundo como titular con 758 partidos entre 1956 y 1973. Que fui campeón con la Selección de Inglaterra en el Mundial que realizó Gran Bretaña en 1966 en la que vencimos, en la final, 4-2, a Alemania Federal luego de empatar, 2-2, en los 90’; que jugué cuatro Copas del Mundo y que con Manchester United ganamos la Copa de Campeones de Europa al ganar, 4-1, al Benfica en el estadio de Wembley al igual que tres títulos de liga y la Copa FA.

Todavía tengo un poco de calor en mi cuerpo, aunque ya escuché que el martillo golpeó los clavos sobre la madera de mi ataúd. Creo que tengo tiempo, antes de que me enfrié para siempre. En el seleccionado inglés jugué 106 encuentros internacionales y anoté 49 goles.

El mundo parece que se hubiese detenido de repente. Nadie interrumpe el silencio después de que se escucharon gritos de gol al ganarle, un partido amistoso, 0-4, a Colombia, en Bogotá, antes del Mundial de México-1970. La intención del técnico Sir Alf Ramsey era que teníamos que aclimatarnos a la altura. En ese encuentro convertí el tercer gol (55’). Los dos primeros fueron un doblete de Martin Peters (3’ y 38’) y el cuarto fue obra de Alan Ball (83’), pero en esa ciudad vivimos un escándalo que aún permanece en la memoria.

Mientras empieza, en mi soledad, el consabido olor de muerto, me detengo antes de que se inicie el proceso de descomposición. Esto me dejará convertido en un puñado de polvo que recuerda aquella frase: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

El 17 de febrero de 1958, Manchester United regresaba de su partido de Copa de Europa ante Estrella Roja de Belgrado. El avión se estrelló antes del despegue. Varios jugadores perdieron la vida y Charlton logró salvarse.

La noticia del fallecimiento de ‘Bobby’ Charlton llevó, el sábado 21 de octubre, a los aficionados a depositar flores en la base de la escultura United Trinity de George Best, Denis Law y ‘Bobby’ Charlton en Old Trafford.

Todavía sigo sin creer que estoy muerto, aunque el terror de no mover mi cuerpo dentro del ataúd me invade como cuando regresábamos de Belgrado por un partido de la Copa Europea (1958). El avión en que viajábamos los jugadores se estrelló en Múnich. El miedo en aquella ocasión no se compara por lo que sucedió en Colombia cuando fui señalado, junto a Robert ‘Bobby’ Moore, por una vendedora de una joyería (Green Fire), en el Hotel Tequendama, de robarnos un brazalete de oro (las autoridades de esa época, dijeron a los medios de comunicación el 18 de mayo de 1970, que la joya pesaba 50 gramos con incrustaciones de 12 diamantes y 12 esmeraldas.

La empleada, llorando, desconsolada, aseguraba que “Moore se puso colorado y metió su mano izquierda al bolsillo del saco”). Tanto a Moore como a mí nos requisaron y no encontraron nada. El brazalete desapareció y nosotros, en el Mundial de México, nos preguntábamos qué había sucedido en ese momento que visitamos aquel lugar para ver las joyas que vendían.

Ahora estoy quieto. Estoy dentro de una caja, cómoda, blanda y acolchada contando todo esto mientras las voces me llegan como si vinieran de las tribunas de un estadio. Oigo el grito de gol, pero a la vez leo mi lápida: “Aquí se encuentra Sir ‘Bobby’ Charlton, el primer caballero del mundo, leyenda del Manchester United, del fútbol mundial y de la Selección de Inglaterra”.

Oigo la última oración: “Paz en su tumba”. Y esas palabras me llevan a dormir entre los demás muertos. Entonces, me pregunto: ¿En su estado escucharán gritos de goles? Creo que, en este momento, a medida que transcurra el tiempo, seré una ausencia, pero no un olvido.

 

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